Pocas mujeres me han influenciado durante tanto tiempo o con tanto impacto como lo hizo la hermana Patricia Terry Holland.
Su influencia comenzó hace décadas. Durante la década de 1980, cuando se desempeñó como consejera en la presidencia general de las Mujeres Jóvenes y como primera dama de BYU, discursó con frecuencia. A menudo, esto fue en el Marriott Center de BYU en lo que se conoció, cariñosamente, como el “Show de Jeff y Pat”, cuando ella y su esposo, el presidente de BYU, élder Jeffrey R. Holland, compartieron el púlpito en los devocionales de BYU. Rápidamente aprendí a prestar atención a todo lo que tenía que decir. Parecía tan joven, pero era tan sabia. Pat Holland tenía una forma de ver la vida, además de enseñar el Evangelio, que me cautivaba. Estaba pendiente de cada una de sus palabras.
Como ejemplo de su profundidad y perspicacia evangélicas, ella articuló el impacto vital que las mujeres tienen en las familias, la sociedad y la Iglesia en una frase brillante: “Si yo fuera Satanás y quisiera destruir una sociedad”, dijo, “creo que organizaría un ataque a gran escala contra las mujeres”.
Esa simple verdad hizo que mi mente se llenara con nuevas impresiones. En ese entonces yo era una joven presidenta de la Sociedad de Socorro de estaca, y la mencionaba una y otra vez para ayudar a las hermanas de nuestra estaca a apreciar la importancia y la gravedad de su distintiva misión divina. Pat Holland tenía la tendencia de decir cosas que me abrían los ojos.
Pero su influencia no se limitó a lo que ella enseñó. También irradiaba lo que era ella — una mujer de gran encanto, intelecto, elocuencia y fortaleza revestida de mansedumbre. Una mujer de sofisticación que, no obstante, siempre irradiaba calidez. Una mujer que tenía una columna vertebral de acero cuando se trataba de defender la verdad y hacer lo que el Señor le pedía que hiciera. Una mujer de profunda fe.
Cuando la llamaron como consejera de la presidencia general de las Mujeres Jóvenes, a pesar de estar casada con un presidente de una universidad muy ocupado y de tener hijos en casa, ella dijo “sí” y de alguna manera logró cubrir todas las necesidades. Cuando el presidente Gordon B. Hinckley le pidió a su esposo-apóstol que se mudara a Chile por dos años para presidir esa área de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ella hizo las maletas y se mudó a un país donde no sabía el idioma, pero donde su amor y compasión por la gente trascendía sustantivos y verbos. Más tarde, cuando su salud se debilitó, enfrentó sus retos con una actitud de fe. Siempre la fe.
La hermana Holland era una gigante espiritual entre las mujeres, aunque no creo que nunca se haya visto a sí misma de esa manera. Cuando Deseret Book le propuso escribir un libro, parecía completamente sorprendida de que alguien pensara que tenía algo que decir que valiera la pena publicar. Su libro, “A Quiet Heart” [Un corazón tranquilo], ganó premios; pero más importante aún, edificó la fe.
El año pasado, Sarah Weaver y yo tuvimos el privilegio de entrevistar al élder y la hermana Holland para el Church News. Fue inolvidable sentarme a su lado y observar la manera natural en que terminaban las oraciones del otro, se turnaban para citar pasajes de las Escrituras y declaraciones proféticas que los animaron durante los momentos difíciles y compartieron lecciones de vida que habían aprendido juntos. Estaban hermosamente unidos, la esencia misma, me pareció, de lo que puede ser un matrimonio celestial. Y aunque estábamos allí para entrevistarlos, la hermana Holland no dejaba de dirigir la conversación hacia nosotras. ¿Cómo estábamos? ella preguntó. ¿Cómo estaban nuestras familias? Y así sucesivamente. Estaba mucho más interesada en hablar de los demás que de sí misma.
A principios de este año, tuve el privilegio de sentarme junto a la hermana Holland durante una sesión de investidura del templo. En un momento de la sesión, me invadió una gran sensación. No puedo encontrar las palabras para explicar bien ese momento, aparte de decir que sabía que estaba sentada junto a absoluta bondad y que esta era una mujer a la que debería tratar de emular.
Tomando prestado un sentimiento del Libro de Mormón, si todas las mujeres fueran como ella, las mismas fuerzas del mal serían sacudidas. Los poderes de las tinieblas nunca tendrían una oportunidad.
Desde mi punto de vista, las esposas de las autoridades generales se encuentran entre las heroínas olvidadas de la Iglesia. Van a donde sea que sus esposos sean llamados a servir, soportan viajes agotadores, sacrifican momentos preciosos con la familia, viven en países extraños para ellas, hablan y enseñan cuando se les pide, y viven sus vidas “en el escenario” para que todos las vean. Nadie ha hecho esto mejor que Patricia Terry Holland.
Ella es una mujer para todos los tiempos, y su fallecimiento deja un gran vacío. Pero su sabiduría y brillante ejemplo, su modelo de fe pura y absoluta bondad, perdurarán. Expreso mi profunda gratitud por haber conocido, amado y aprendido de la hermana Pat Holland.
— Sheri Dew es vicepresidenta ejecutiva y directora de contenido de Deseret Management Corporation y ex miembro de la presidencia general de la Sociedad de Socorro.