Algunos Santos de los Últimos Días tienen antepasados pioneros que se remontan a casi 200 años. Otros miembros de la Iglesia son ellos mismos los pioneros en sus familias. En las semanas que rodean el Día de los Pioneros el 24 de julio, la celebración anual de la primera compañía de carretas de mano que ingresó al Valle de Lago Salado, el equipo de Church News compartirá historias de pioneros en sus familias, algunos del siglo XIX y otros del siglo XX. Esta es la decimoséptima de la serie.
¿Qué significa ser un pionero? El diccionario define el término pionero de la siguiente manera: “Persona que da los primeros pasos en alguna actividad humana”. Para mí, esos primeros pasos fueron dados por mujeres en mi vida. Por el lado de mi madre, ella es la pionera en esa historia, y por el lado de mi padre, fue mi abuela.
Mi madre, Norma Gorgoroso de Gavarret, nació y creció en Minas, una pequeña ciudad que se encuentra al sureste de la República Oriental del Uruguay. Aun a una corta edad era una devota católica y asistía regularmente a la parroquia que había cerca de su casa a fin de participar de la misa.
Los sonidos de las campanas de la iglesia eran para ella un llamado para ir a adorar. También asistía al catecismo y después de haber cumplido con todos los requisitos hizo la primera comunión.
En el año 1970, un vecino, que estaba recibiendo las lecciones (más conocidas como “charlas” en aquella época), invitó a Norma a que lo acompañara a él y a su familia con el propósito de que ella respondiera las muchas preguntas que los misioneros hacían.

Así fue como mi madre conoció al élder Brown y al élder Craven. Ella recuerda que la lección que enseñaron los élderes ese día fue sobre la Palabra de Sabiduría y la importancia de esta ley de salud revelada a través de un profeta del que ella nunca había oído hablar.
Ella se sintió impactada por las enseñanzas compartidas por lo misioneros, pero lo que más la impresionó fue la luz que emanaban los misioneros.
Aunque la invitación de guardar esta ley de salud no había sido dirigida expresamente a ella, al regresar a su casa le expresó a su madre sus deseos de guardar la misma.
Un poco más tarde, ese mismo día, los misioneros fueron a su casa y pidieron autorización a sus padres para comenzar a enseñarle.
En enero de 1971 mi madre se bautizó y pocas semanas después con 14 años fue llamada a servir como secretaria de la Primaria. Mi abuela siguió el ejemplo de mi madre, bautizándose un mes después y unos años después se bautizó mi abuelo.
El bautismo de mi madre fue el comienzo de un legado de fe para sus padres y para nuestra familia. Su decisión de escuchar a los misioneros y de aceptar su invitación cambió no solo el curso de su vida, pero el curso de generaciones pasadas, presentes y futuras. Su fe inquebrantable y su amor y deseo de servir al Señor y compartir el Evangelio con los demás ha siempre sido y será un ejemplo para mí.
Descubrir y compartir las historias de los pioneros en nuestras vidas, y recordar esos primeros pasos de fe aumenta la nuestra y nos ayuda a enfrentar los desafíos que tenemos en la actualidad, a permanecer anclados al Salvador, a guardar los mandamientos y perseverar hasta el fin.






