El 2 de abril de 1995, el presidente Gordon B. Hinckley estaba de pie frente a la congregación en el Tabernáculo de Salt Lake en la Manzana del Templo, tan solo tres semanas después de haber sido ordenado y apartado como el 15.o Presidente de la Iglesias.
En esa ocasión habló sobre su dependencia del Señor y expresó su agradecimiento por los Santos de los Últimos Días del mundo.
Después habló sobre su abuelo — que fue bautizado en el verano de 1836 en Ontario, Canadá y que finalmente se reunió con los Santos en Nauvoo, Illinois. Cuando los Santos dejaron Nauvoo, él era un herrero y constructor de carretas de 18 años. Durante su viaje, hizo una pausa en Iowa para ayudar a otros en su camino hacia el oeste. Se casó en 1848 y partió hacia el valle del Lago Salado en 1850.
“En algún momento a lo largo de aquella fatigante trayectoria, su joven esposa enfermó y murió. Con sus propias manos, cavó la fosa, cortó los troncos para hacer un ataúd y tiernamente le dio sepultura, y, con lágrimas en los ojos, tomó en sus brazos a su hijo de once meses y continuó la marcha hacia este valle”, relató el presidente Hinckley.
Durante su discurso, el presidente Hinckley habló sobre albergar “un gran sentimiento de gratitud y amor, y una obligación, casi abrumadora” de guardar la confianza que su abuelo le transmitió.
Esa fue mi primera conferencia como periodista. Recuerdo haber escuchado al presidente Hinckley como nunca antes lo había hecho con un líder de la Iglesia. Sus palabras penetraron profundamente en mi alma.
Fue una experiencia impactante que, aunque tenía poco más de 20 años, me hizo reflexionar sobre el legado que quiero dejar a los que vengan después de mí.
Unos 13 años más tarde, el 6 de abril de 2008, el presidente Thomas S. Monson se presentó frente a la congregación en el Centro de Conferencias, un día después de haber sido sostenido como el 16.o Presidente de la Iglesia, y apenas dos meses des pues de haber sido ordenado y apartado el 3 de febrero de 2008.
Al igual que el presidente Hinckley, sus palabras de aquel domingo por la mañana se centraron en el trabajo conjunto para llevar a cabo la obra del Señor. Su discurso se tituló “Mirar hacia atrás y seguir adelante”.
“…Nací de buenos padres, cuyos padres y abuelos fueron congregados de las tierras de Suecia, Escocia e Inglaterra por misioneros dedicados. Al expresar su humilde testimonio, esos misioneros conmovieron el corazón y el espíritu de mis antepasados. Después de unirse a la Iglesia, esos nobles hombres, mujeres y niños viajaron al valle del Gran Lago Salado…”.
Habló sobre la familia de su bisabuela, que en su viaje hacia el valle del Lago Salado tuvo que enfrentar el cólera en St. Louis, Misuri. En solo dos semanas murieron cuatro miembros de la familia, incluidos su padre y su madre. Poco se sabe del dolor, penalidades y los desafíos de la familia restante, dijo el presidente Monson. “Sabemos que salieron de St. Louis en la primavera de 1850 con cuatro bueyes y un carromato, y que finalmente llegaron al valle del Lago Salado ese mismo año”.
El presidente Monson habló sobre otro de sus ancestros que enfrentó dificultades similares. “… A través de todo ello, su testimonio permaneció firme y constante”, dijo. “De todos ellos recibí un legado de absoluta dedicación al evangelio de Jesucristo. Gracias a esas almas fieles, estoy ante ustedes hoy”.
Hace seis años, el 1 de abril de 2018, el presidente Russell M. Nelson estaba frente a la congregación en el Centro de Conferencias durante la conferencia general, un día después de celebrada la asamblea solemne en la cual fue sostenido como el 17.o Presidente de la Iglesia.
Al igual que el presidente Hinckley y el presidente Monson, él también expresó su gratitud diciendo, “También estoy agradecido por aquellos que ocuparon este puesto antes que yo”.
“También debo mucho a mis antepasados”, dijo.
Habló de sus ocho bisabuelos, que se convirtieron a la Iglesia en Europa. Estas “almas valientes sacrific[aron] todo para venir a Sión” — estableciendo, de esta manera, los cimientos para la familia del presidente Nelson en Utah. Esto le permitiría buscar y aceptar el evangelio en su niñez y juventud, a pesar de no haber sido criado en un hogar centrado en el evangelio.
“Yo adoraba a mis padres; lo eran todo para mí, y me enseñaron lecciones muy importantes. No puedo agradecerles lo suficiente la feliz vida hogareña que nos proporcionaron a mí y a mis hermanos; pero a la vez, aun siendo niño, sentía un vacío en mi vida”. dijo. El presidente Nelson también hablo sobre el gozo que sintió cuando se pudo sellar a sus padres en el templo, cuando estos tenían unos 80 años.
La vida del presidente Nelson es un ejemplo de cómo el legado espiritual de una persona no solo extiende su influencia hacia adelante, sino que también puede extenderla hacia atrás para bendecir al árbol genealógico.
Han pasado casi tres décadas desde aquel día de abril de 1995 cuando escuché al presidente Hinckley testificar sobre el progreso del evangelio de Jesucristo y los sacrificios de quienes le precedieron. He vuelto a pensar en ello en los últimos meses a medida que la Iglesia ha recordado y honrado — con la compra del Templo de Kirtland en Ohio, de edificios históricos en Nauvoo y los esfuerzos para renovar y preservar el Templo de Salt Lake — el legado de estos y otros de aquellos primeros Santos de los Últimos Días que dieron todo para construir templos en ciudades como Kirtland, Nauvoo y en el valle del Lago Salado.
Es una herencia que todos compartimos, independientemente de nuestra ascendencia, una herencia tan poderosa que el presidente Hinckley, el presidente Monson y el presidente Nelson se refirieron a ella en su primer gran discurso como presidentes de la Iglesia en la sesión del domingo por la mañana de la conferencia general.
Esto es porque “es una obra que de veras importa”, dijo el presidente Hinckley en 1995. Todos estamos embarcados en esta “gran obra”.
Nuestra fe influye hacia adelante y hacia atrás.
“Estamos aquí para ayudar a nuestro Padre en Su obra y en Su gloria, que es ‘llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre (Moisés 1:39)’, dijo el presidente Hinckley en 1995. “Todos, en el desempeño de nuestras tareas, surtimos una influencia en la vida de los demás”.