Algunos Santos de los Últimos Días tienen antepasados pioneros que se remontan a casi 200 años. Otros miembros de la Iglesia son ellos mismos los pioneros en sus familias. En las semanas que rodean el Día de los Pioneros el 24 de julio, la celebración anual de la primera compañía de carretas de mano que ingresó al Valle del Lago Salado, el equipo de Church News compartirá historias de pioneros en sus familias, algunos del siglo XIX y otros del siglo XX. Esta es la décima de la serie.
Tengo muchos antepasados pioneros “tradicionales”, personas que se unieron a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días durante sus primeros días y cruzaron las llanuras hasta Utah. Pero cuando me pidieron que escribiera sobre una pionera en mi familia, pensé en Genevieve “Jenny” Pettit Francom, mi bisabuela por parte de mi abuelo materno.
Jenny nació el 1 de enero de 1923 en Salt Lake City. Cuando era niña, experimentó la Gran Depresión y el fallecimiento de una hermana mayor por fiebre reumática. Más tarde, estalló la Segunda Guerra Mundial pocas semanas después de que se casara con su amor, Myron LeGrande Francom.
Jenny y Myron finalmente criaron nueve hijos juntos. Estaban profundamente comprometidos con la Iglesia y sirvieron en numerosos llamamientos, entre ellos el de presidente del templo y directora de obreras del Templo de Manila, Filipinas (en inglés).
En mayo de 2002, Myron falleció de glioblastoma, un cáncer cerebral muy agresivo. Yo apenas tenía 5 años y solo conservo algunos recuerdos borrosos de él.
Casi dos décadas después, comencé a visitar a Jenny los viernes a la hora de almorzar. Tenía casi 100 años para entonces y sufría de un problema en la cadera que no podía operarse debido a su edad. Durante lo que resultó ser el último año de su vida, aprendí lo solitarios que habían sido sus casi 20 años de viudez; más de una vez me dijo, “No sé por qué sigo aquí”.
Pero también me decía, cada semana, que “tenemos que contar nuestras muchas bendiciones”. Con regularidad compartía su amor por el Salvador y me decía a menudo lo importante que es el evangelio.
Mi bisabuela sabía lo que era la resiliencia y me la enseñaba todos los viernes en su pequeña cocina. Su cruz era pesada, y nunca fingió lo contrario; pero mantuvo su dolor en el mismo espacio que su fe, permitiendo que Jesucristo compartiera sus cargas. Para mí, esa extraordinaria capacidad, de seguir adelante en las llanuras de sus pruebas, es lo que convierte a mi bisabuela en una pionera.