A los 19 años, mientras estaba en el Centro de Capacitación Misional de Provo, el élder J. Kimo Esplin se preguntaba si su llamamiento al campo misional era acertado.
No era fácil aprender japonés. Durante los dos meses en el CCM, los otros misioneros en su distrito se habían memorizado todas las charlas misionales en japonés, mientras que él se había aprendido solamente la primera página de la primera charla.
En aquel momento pensó, “Es probable que Japón no sea el lugar adecuado”.
La noche anterior a su partida para el campo misional en Japón, el joven élder encontró el armario vacío de un conserje, y arrodillándose en ese lugar, sobre el duro suelo y con olor a detergente, el joven élder Esplin le suplicó al Señor preguntándole si Kobe, Japón, era realmente el lugar donde debía servir.
Se vio a sí mismo y a su padre la noche previa a entrar al CCM. Su padre le había dado una bendición del sacerdocio en la cual le había dicho, “Kimo, te bendigo para que enseñes y testifiques en japonés”.
Recordar esas palabras le dio el ánimo para volar hacia el Lejano Oriente en la mañana.
Esa sensación de incapacidad; de que se le requiriera hacer más de lo que se sentía capaz de hacer, lo ha golpeado muchas veces a lo largo de los años, incluso cuando era un padre joven que procuraba trabajar a tiempo completo, asistir a la universidad para obtener su maestría y servir como presidente de los Hombres Jóvenes del barrio. También sintió lo mismo después de recibir su llamamiento como obispo, presidente de estaca y presidente de misión y, más recientemente, cuando fue sostenido como Setenta Autoridad General durante la conferencia general de abril de 2023.
Pero cada vez que esto sucedió, terminó convirtiéndose en una bendición, dijo.
En el caso de su misión, tan solo unas semanas después de recibir la asignación a su primera área en Japón, él y su compañero caminaban de un lado a otro entre las tiendas de una calle cubierta tratando de hablar con la gente.
Al cabo de un rato, un hombre de 28 años se detuvo. En un “terrible japonés”, compartió lo que había memorizado de la primera charla sobre José Smith. Asombrosamente, el hombre continuó recibiendo las charlas y con el tiempo decidió unirse a la Iglesia.
Durante el bautismo de este hombre, el élder Esplin le preguntó por qué se había detenido aquel día en el mercado; entonces este le explicó que unas semanas antes había visto al élder Esplin en un sueño. No tardó en darse cuenta de que, aproximadamente a la misma hora que el hombre había tenido ese sueño, él estaba orando en el armario del conserje en el CCM.
Esa tierna experiencia le confirmó, “que el Señor nos conoce. Él conoce el final desde el principio, y Él va a preparar el camino a pesar de nuestra debilidad o falta de confianza”.
El élder Esplin nació el 18 de agosto de 1962, hijo de Ross S. y Olive Ora Moody Esplin, en Kahuku, Hawái, donde su padre enseñaba en la Universidad de la Iglesia en Hawái. Le pusieron el nombre de Jon Ross — igual que su padre — y le agregaron el nombre de Kimo — que significa Santiago en hawaiano — en homenaje a su lugar de nacimiento.
Como el menor de ocho hijos — y único varón — el élder Esplin dijo bromeando, que sus padres le pusieron todos los nombres de varón que les hubiera gustado usar alguna vez. A pesar de tener varias opciones, sus siete hermanas lo llamaban Kimo, que es el nombre por el cual siempre se le ha conocido.
El élder Esplin describió a su madre como optimista y divertida, que le gustaba recibir a otros en su casa para comer o quedarse — incluso con ocho hijos a quienes tenía que atender. En una ocasión, su padre perdió el examen oral para obtener el doctorado de la Universidad de California-Berkeley después de cinco años de estudio y no se le permitió repetirlo. “Mi padre y mi madre, por supuesto, estaban destrozados”, dijo, “pero mamá se empeñó en seguir adelante”.
Convenció a papá de que comenzara otra vez en la Universidad de Utah, donde finalmente obtuvo su doctorado. “Mamá nos enseñó a los niños a disfrutar de la vida — incluso en medio de la decepción y la tragedia — lo cual era el resultado de su fe”.
Como familia, estudiaban las escrituras y oraban juntos, asistían a la iglesia y participaban en su barrio. Poco a poco, y experimentando un momento de calma y confirmación a la vez, el joven élder Esplin desarrolló un testimonio de que la Iglesia era verdadera y de que Jesucristo es su Salvador.
Cuando el élder Esplin era un joven, su padre comenzó a desempeñarse como profesor de literatura inglesa en la Universidad Brigham Young. La familia se trasladó a Provo, Utah, donde [asistió a la secundaria Timpview High School.
Unos meses después de regresar a casa de su misión de tiempo completo, él y su padre viajaban por una carretera de dos carriles cuando un vehículo cruzó la línea central y los golpeó de frente, causándole la muerte a su padre.
Tan solo unos meses más tarde, iba por la autopista en el auto con su madre al lado, cuando otro auto que iba a más de 150 kilómetros (100 millas) por hora los golpeó por detrás. El auto en el que viajaban volcó y murieron su madre y su sobrina pequeña.
Esa fue una época de cambios profundos en su vida. “Comienzas a tomarte la vida más en serio”.
A raíz de la muerte de sus padres, sus hermanas mayores, que entonces recién estaban formando sus familias, contribuyeron para enviarle a estudiar al extranjero, al Centro de Jerusalén de BYU. Allí conoció a Kaye Davies, quien se convertiría en su esposa.
Al enterarse sobre la reciente muerte de los padres del élder Esplin, ella esperaba encontrarse con una persona triste o muy seria. “Sin embargo, él era todo lo contrario. Sentí que estaba ‘entregado de lleno’ a esta experiencia. No eran unas simples vacaciones, era una verdadera experiencia de aprendizaje. Y por eso le admiraba, tanto a él como a su conocimiento del evangelio”.
¿Cómo fue que no se derrumbó ante el peso de las tragedias en su vida? “Sin duda, tengo días en que estoy abatido”, dijo el élder Esplin, “pero gran parte de lo que soy proviene de mi fe en el Salvador y Su plan. Una fe que fue moldeada por mis padres”.
Durante los estudios en el extranjero, él y Kaye se hicieron buenos amigos mientras su grupo acampaba en el desierto del Sinaí, trabajaban en las plantaciones de plátanos y estudiaban juntos el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Cuando ambos regresaron a Provo, él le pidió una cita. “Después de conocer a todas esas hermanas”, dijo la hermana Esplin, “¿cómo no iba a enamorarme?”
Se casaron el 13 de diciembre de 1985 en el Templo de Salt Lake. Son padres de ocho hijos —cuatro hijos y cuatro hijas — y tienen siete nietos.
“Sin duda, tengo días en que estoy abatido, pero gran parte de lo que soy proviene de mi fe en el Salvador y Su plan”.
En 1987, el élder Esplin recibió su licenciatura en contabilidad de BYU, y la hermana Esplin su diploma en educación primaria. La familia, que incluía un niño, se trasladó a un apartamento de dos dormitorios en Chicago, Illinois, donde él comenzó su carrera en banca de inversión. Obtuvo una maestría en administración de empresas de la Escuela de Administración Kellogg de la Universidad Northwestern, y añadieron dos hijos más a la familia.
“Esos fueron unos buenos años”, dijo el élder Esplin.
“Realmente comenzamos a madurar en el servicio a la Iglesia”, agregó la hermana Esplin.
Después de que el élder Esplin se convirtiera en el vicepresidente ejecutivo y director financiero de Huntsman Corporation, la familia tuvo que mudarse brevemente a Bélgica, antes de establecerse en Cottonwood Heights, Utah.
Como familia, les encanta viajar y cada año realizan una excursión y campamento, a menudo en el sur de Utah, durante las vacaciones de primavera.
Tanto el élder como la hermana Esplin vienen de familias que tienen un gran aprecio por la palabra escrita, por eso, la lectura ha sido una parte importante de su cultura familiar. “Todas las noches, los niños sabían que tenían que guardar todo, acostarse en el piso, y yo me sentaba a leerles por una hora”, explica el élder Esplin. Leían clásicos y libros que habían ganado el premio Newberry, la serie de Harry Potter y las Crónicas de Narnia.
“Esto realmente unió a nuestros hijos”, dijo la hermana Esplin.
En 2018, la familia emprendió una nueva aventura cuando el élder y la hermana Esplin se desempeñaron como líderes de la Misión Japón Tokio Sur. En medio de su servicio, surgió la enfermedad de COVID-19, y Japón cerró sus fronteras, de modo que se convirtieron en los líderes de la Misión Japón Tokio Norte también. “Pasábamos dos semanas en Tokio y luego íbamos a Sendai, a cinco horas de distancia, estábamos con los misioneros durante dos semanas y luego regresábamos”, explicó el élder Esplin.
Aunque hubo desafíos, el élder Esplin dijo que fue una época increíble para la obra misional. “Los miembros se unieron en torno a los misioneros y los mantuvieron muy ocupados. Bautizamos a la misma cantidad de personas que antes de la COVID, y teníamos 50 misioneros, comparado con los 160 de antes”.
Muchos de los bautismos procedían de misioneros que enseñaban a sus propias familias, dijo la hermana Esplin. “En aquel momento, muchos de nuestros misioneros eran los únicos miembros de la Iglesia en su familia, así que cuando llamaban a casa utilizaban la guía ‘Ven, sígueme’ con ellos, y así tuvimos muchos bautismos entre sus familiares”.
“Se bautizaron más familiares fuera de nuestras misiones que dentro de ellas”, dijo el élder Esplin.
“Fue algo muy dulce” dijo la hermana Esplin.
Durante los últimos dos años, el élder Esplin ha prestado servicio como Setenta de Área. Uno de los milagros de este llamamiento ha sido poder ser parte del proceso de llamar a nuevos presidentes de estaca.
Como cuando era presidente de estaca y llamaba a un obispo; presidente de misión y asignaba misioneros, el élder Esplin dijo que ayunaba y oraba y “luchaba” intentando discernir la voluntad del Señor. “Sin embargo, a medida que seguimos adelante e hicimos reorganizaciones [la revelación] vino inmediatamente, específica y poderosa en ese proceso, ya que venimos con la autoridad del [Cuórum de los] Doce. Ha sido simplemente milagroso entrevistar a 30 hombres extraordinarios y luego saber con certeza, en poco tiempo, a quién ha llamado el Señor”.
Esto proporciona otra seguridad de que “el poder de este nuevo llamamiento llegará a pesar de mis muchas debilidades”, dijo el élder Esplin.
Con respecto al servicio en la Iglesia, ha aprendido que, “El Señor no hace las cosas por ti; sino para ti”.