A pesar de haber ejercido la abogacía durante más de 30 años, la presidenta general de la Primaria, Camille N. Johnson, nunca ha tomado una declaración perfecta ni ha realizado un contrainterrogatorio perfecto. Nunca ha escrito un informe perfecto. Y nunca ha presentado un argumento oral perfecto ante un juez o magistrado.
“Creo que hay una razón por la que se refieren a la abogacía como la ‘ejercimiento’ de la ley”, dijo la líder recién llamada a los oyentes de la Conferencia de Mujeres de BYU el jueves, 29 de abril.
Aunque siempre había algo que podía haber hecho mejor, “ejercía la abogacía con la intención de cambiar, mejorar y perfeccionar”, dijo. “Mis esfuerzos, aunque imperfectos, eran suficientes porque estaba ejerciendo”.
Cuando Nefi y sus hermanos regresaron a Jerusalén para obtener las planchas de Labán y se habían ido por algún tiempo, “Saríah reaccionó de la manera en que creo que yo lo hubiera hecho”, dijo la presidenta Johnson. Saríah se preocupó y se afligió por sus hijos. Se quejó.
“Pero hermanas, Saríah ejerció un poco de fe. Escuchó las palabras de consuelo que le dijo Lehi. Ejerció la paciencia. Ejerció la espera en el Señor. Ejerció el apoyo a su esposo, y cuando sus hijos regresaron con las planchas de bronce, se llenó de gozo”.
Como enseñó el presidente Russell M. Nelson: “La perfección es inminente; llegará en su totalidad únicamente después de la resurrección y sólo por medio del Señor; está en espera de todos los que le aman a Él y guardan Sus mandamientos”.
El Salvador hace posible la perfección eterna, dijo la presidenta Johnson, y “nos da oportunidades para ejercer. … Testifico que el Señor las ama y quiere que regresen a casa. La perfección es inminente en Él y con Él”.
El mensaje de la presidenta Johnson a las hermanas para que “sigan ejerciendo” fue seguido por palabras de aliento y consuelo de sus consejeras, la hermana Susan H. Porter y la hermana Amy A. Wright.
‘Hice esto por ti’
Una mañana de diciembre de 2016, cuando la hermana Porter y su difunto esposo, el élder Bruce D. Porter, vivían en Moscú, el élder Porter se despertó y sintió que le faltaba el aire. En el hospital, se enteraron de que tenía neumonía y que tendría que quedarse unos días para recibir antibióticos.
La hermana Porter volvió a casa para hacer la maleta para la corta estancia del élder Porter en el hospital. A la mañana siguiente, el asesor médico de su área le informó que la salud del élder Porter había empeorado drásticamente y que se le había inducido un coma.
“En ese momento, todo cambió”, dijo la hermana Porter. “Ya no se trataba de una estancia rutinaria en el hospital, sino de una lucha por la vida de Bruce, a más de 8.000 kilómetros de su familia”.
La hermana Porter recordó esta experiencia mientras escuchaba un devocional reciente con el élder Walter F. González, un Setenta Autoridad General.
Cuando el élder González invitó a los participantes a compartir las bendiciones prometidas que habían recibido como miembros del Israel del convenio, la hermana Porter pensó en los días fríos y oscuros en los que viajó sola en el metro al hospital, sin sentir miedo. Recordó la paz que sentía cuando se sentaba junto a la cama del élder Porter y más tarde en casa, sola, pero sin sentirse de esa manera.
“Mientras estaba envuelta en esos recuerdos”, dijo la hermana Porter, “el Señor me dijo claramente: ‘Hice esto por ti’”.
Una de las muchas bendiciones que el Salvador prometió al Israel del convenio es “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18).
La hermana Porter testificó: “Ya sea que sintamos ese consuelo en el momento o que sólo reconozcamos Su ayuda más tarde, doy testimonio de que Él vendrá y nos dará consuelo y fuerza en tiempos de necesidad”.
‘Jesucristo es suficiente’
Hace unos meses, la hermana Wright recibió una llamada telefónica en la que se les invitaba a ella y a su esposo a reunirse con un miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles. Como miembro del consejo asesor general de las Mujeres Jóvenes en ese momento, esperaba que la relevaran.
Sin embargo, durante el viaje en automóvil a la sede de la Iglesia, tuvo una impresión clara: “Se te llamará para servir como segunda consejera de la presidencia general de la Primaria”.
Casi instantáneamente, varios pensamientos inesperados comenzaron a inundar su mente. “No eres lo suficientemente buena”. “No tienes el talento suficiente”. “No eres lo suficientemente inteligente”. “No eres lo suficientemente digna”.
Ofreció una oración en silencio para pedir paz y consuelo, esperando que le validaran que ella era suficiente.
En cambio, recibió una impresión diferente: “Tienes razón. No eres suficiente. Y nunca serás tu definición de suficiente. Pero Jesucristo es suficiente. Él es más que suficiente y por eso todo estará bien”.
La experiencia fue un tierno recordatorio de que ésta es la obra del Salvador, no la suya. “Cristo es perfectamente capaz de hacer Su propia obra”, dijo la hermana Wright. “Sin embargo, lo extraordinario es que Él comparte Su obra sagrada con nosotros para que tengamos oportunidades de aprender y crecer”.
El valor de una persona no puede cuantificarse con ninguna forma de medida terrenal, dijo la hermana Wright, haciendo referencia a Doctrina y Convenios 18:10.
“Nuestro valor proviene de nuestra identidad como amadas hijas de Padres Celestiales. Es parte de nuestro ADN espiritual. Nuestro valor también proviene de quienes, a través de nuestro Salvador Jesucristo, podemos llegar a ser”.