En el verano de 1978, Ahmad S. Corbitt se preguntó si había un Dios y deseaba conocerlo.
Una mañana, después de un profundo “despertar espiritual”, este adolescente, decidido a encontrar respuestas, se levantó temprano, se puso sus mejores pantalones y camisa de vestir y se dirigió a una iglesia cercana en su vecindario del oeste de Filadelfia. El servicio era una misa católica. Sentado cerca de un hombre blanco de edad mediana, Ahmad se dio cuenta de que antes solo había adorado con otros afroamericanos.
Aun así, dijo, algo se sentía bien. “En el fondo yo sabía que Dios amaba a todos sus hijos”.
El hermano Corbitt, que fue sostenido el 4 de abril como primer consejero de la presidencia general de los Hombres Jóvenes, siempre ha confiado en esa percepción del Señor para guiar y dirigir su vida.
Criado entre proyectos de viviendas y casas adosadas de Filadelfia, Pensilvania, el hermano Corbitt, de 57 años, nació de James Earl Corbitt y Amelia Corbitt el 16 de agosto de 1962. Su juventud en la década de 1960 estuvo rodeada por el crimen, la violencia de pandillas y la tensión racial. “Fue un momento aterrador para mí cuando era niño, un momento muy parecido al de ahora, en el que la gente se preguntaba sobre el futuro de la nación”.
Pero la influencia de su madre fue constante y fuerte. Sus impresiones espirituales guiaron a su familia, que eventualmente incluiría a 10 niños.
Durante gran parte de su infancia y juventud, Ahmad y su familia adoraron con la Nación del Islam. Más tarde fue bautizado en una iglesia protestante.
Luego, dos años después de obtener una comprensión más profunda del amor de Dios mientras adoraba en la banca de una iglesia católica, los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días visitaron a la familia de Ahmad, que se había mudado a Nueva Jersey. Esos misioneros habían ayunado y orado para que fueran guiados a los que estaban listos para escuchar su mensaje. Siempre sensible espiritualmente, la madre de Ahmad invitó a los misioneros a la casa de la familia y acordó llevar a sus hijos a la iglesia.
El hermano Corbitt recuerda dos cosas de cuando entró a la capilla de los santos de los últimos días: una hermana mayor de raza blanca con una sonrisa sincera y cariñosa los saludó en la puerta principal y, al estar sentado en la capilla, se sintió lleno de “una sensación de haber vuelto a casa”.
Esa hermana más tarde compartió su propia lucha personal con los prejuicios raciales, “y hubo algo de esto en nuestra propia familia”, dijo el hermano Corbitt.
“Todos estábamos tratando de venir a Cristo desde donde éramos imperfectos”, agregó él.
Se sintieron amados y acogidos por los santos de los últimos días locales.
Su madre y cuatro de sus hermanos fueron bautizados el mes siguiente. El 16 de agosto de 1980, cuando cumplió 18 años, Ahmad también entró en las aguas del bautismo. Su padrastro, Henry Branford Campbell, se unió a la Iglesia al año siguiente.
“No se trató realmente de nosotros”, dijo él. “Se trató de Dios y de lo que Él quería que hiciéramos; estuvimos dispuestos a ser humildes y abiertos de mente. Él nos guio a lo largo del camino”.
La Iglesia proporcionó al hermano Corbitt altos estándares morales. “Eso elevó mi visión”, dijo él. “Me ayudó a entender mi verdadera identidad”.
En ese tiempo, la familia del hermano Corbitt era una de las dos únicas familias negras en la congregación. Ellos venían de una cultura y experiencia predominantemente afroamericanas, pero “nuestra convicción de que esta era la Iglesia de Cristo fue tan fuerte que eso no importó. Nos sentimos amados, nos sentimos acogidos”, dijo él. “Y, lo que es más importante, también hicimos lo mismo. No estábamos buscando controversias o problemas; entendimos que todos éramos hermanos y hermanas afanándonos desde nuestras diferentes imperfecciones”.
Queriendo saber más acerca de su nueva religión, el hermano Corbitt se inscribió en el Ricks College (ahora BYU – Idaho) y allí asistió en 1980. Allí tomó la decisión de servir en una misión y regresó a Nueva Jersey, donde trabajó durante más de un año para ganar dinero para su misión. En agosto de 1982, comenzó a servir en la Misión Puerto Rico San Juan.
El élder Corbitt estaba sirviendo con su último compañero en su última área, durante su última transferencia, cuando la dirección de su vida se hizo más clara al sugerirle su arrendador que estudiara derecho. En ese momento, “el Espíritu Santo me atravesó”, dijo él. “Sentí una confirmación absoluta de que el Señor tenía una opinión sobre lo que yo iba a hacer, y fue esto”.
Poco después de regresar de Puerto Rico, conoció a Jayne Joslin en un viaje al templo para jóvenes adultos solteros. Ella estaba en su barrio y había servido como misionera de tiempo completo en la Misión Washington D.C. Durante más de dos horas, desde y hacia el Templo de Washington D.C., se sentaron juntos y se hicieron buenos amigos. Se casaron el 24 de agosto de 1985, en ese mismo templo, y ahora son padres de seis hijos.
Durante los siguientes nueve años, el hermano Corbitt trabajó para mantener a su familia de día y asistió a la escuela por la noche, obteniendo títulos de la Universidad de Stockton y de la Facultad de Derecho de la Universidad de Rutgers.
El hermano Corbitt trabajó como abogado litigante, en relaciones públicas y como director de la Oficina de Asuntos Públicos e Internacionales de la Iglesia en Nueva York.
En 2014, mientras servía como presidente de estaca, fue llamado a servir como presidente de la Misión República Dominicana Santo Domingo Este.
Después de recibir su llamamiento, el presidente Corbitt recibió al élder David F. Evans, un setenta autoridad general, que luego fue asignado como director ejecutivo del Departamento Misional de la Iglesia y que había recibido una asignación de fin de semana en Nueva Jersey.
Una rara tormenta de nieve convirtió un viaje de 25 minutos al aeropuerto en uno de cuatro horas. El élder Evans perdió su vuelo y los dos líderes tuvieron horas para hablar sobre la obra misional.
Esa experiencia tuvo un profundo impacto en el presidente Corbitt, quien —con la misma intensidad que lo llevó a una banca en la iglesia católica cuando era adolescente en el oeste de Filadelfia— se acercó al Señor con el deseo de aprender cómo ser el presidente de misión correcto, en el momento correcto, para su misión.
Meses después ingresó al Seminario de liderazgo misional con una especie de pizarra en blanco similar —“determinado a implementar la agenda del Señor y la de las autoridades generales y no la mía. Escuché de manera diferente y escribí lo que sentí”.
Con fe, los Corbitt y sus misioneros vieron milagros en su labor. Tres años más tarde, el hermano Corbitt fue reclutado para trabajar para el Departamento Misional de la Iglesia, ayudando a pilotar y luego a implementar el programa de Especialista Misional de Área.
El hermano Corbitt también ayudaría a la Iglesia a planificar la celebración de “Sed uno”, del 1 de junio de 2018, marcando el cuadragésimo aniversario de la revelación de 1978 sobre el sacerdocio.
Esa revelación ocurrió dos años antes de que el hermano Corbitt se uniera a la Iglesia —el mismo verano en que, como adolescente, su deseo de conocer a Dios lo había llevado a una banca de una iglesia y al conocimiento de que el Padre Celestial ama a todos Sus hijos.
En los años transcurridos desde 1978, la experiencia del hermano Corbitt no ha estado exenta de prejuicios comunes a los afroamericanos en los Estados Unidos. Él ha superado eso, dijo, con la fuerza y la paz que proviene de abrazar el evangelio de Jesucristo.
“Mientras más profundo permites que el evangelio se hunda en el corazón y más te consagras al Señor, ves más ese tipo de ofensas como el problema de quienes las hacen”, dijo él. “No son tus problemas. Si realmente vamos a unirnos todos como uno en Sion —como un solo pueblo, un solo corazón, una sola mente— eso comienza y termina al abrazar el evangelio cada vez más profundamente y consagrándonos al Señor”.
Por ejemplo, la mujer que saludó al hermano Corbitt y a su familia en su primer día en la iglesia en 1980, murió mientras enseñaba voluntariamente en la Escuela Dominical a jóvenes de minorías, en un barrio diferente al suyo, tres décadas después de conocer a Ahmad.
En calidad de presidente de estaca de aquella hermana, el hermano Corbitt presidió su funeral y compartió entre lágrimas la historia del amor de ella y su discipulado “que simbolizaba cómo todos venimos de diferentes lugares a la hermandad en Cristo”, dijo él.
El hermano Corbitt comenzó su servicio como consejero en la nueva presidencia general de los Hombres Jóvenes cuando la pandemia del COVID-19 impactó la salud y la economía en todo el mundo y las tensiones raciales y los disturbios sociales aumentaron en los Estados Unidos y en el extranjero tras la muerte de George Floyd.
La respuesta a estos y otros problemas, dijo el hermano Corbitt, es “seguir al profeta”, el presidente Russell M. Nelson, para tener guía y mirar hacia adelante con el ojo de la fe. “La unidad entre la familia humana no es algo natural. Es un milagro y tales milagros grandes requieren una fe y obras extremadamente grandes. Eso solo sucederá mediante los caminos únicos de Dios, que son más altos que los nuestros”.
Al final de la celebración “Sed uno” de la Iglesia, el presidente Nelson articuló la forma en que todos pueden mirar hacia adelante y confiar en Dios. “Es mi oración y bendición que dejo a todos los que están escuchando que podamos superar toda carga de prejuicios y caminar rectamente con Dios —y los unos con los otros— en perfecta paz y armonía”, dijo el presidente Nelson.
Eso, concluyó el hermano Corbitt, “es la visión profética para la Iglesia, para los Estados Unidos y para el mundo”.