Para los que miran las noticias de manera casual, el terremoto de magnitud 6,4 que sacudió Puerto Rico el martes, 7 de enero, puede no parecer una gran catástrofe debido a que hubo relativamente pocas muertes o heridos de gravedad.
Pero miremos un poco más de cerca.
Debido a la implacable actividad sísmica en los últimos días, las personas que viven en el extremo sur de la isla permanecen asustadas y exhaustas.
Muchos simplemente están orando para que los temblores se detengan.
Desde el 28 de diciembre de 2019, más de 500 terremotos han sacudido la isla caribeña. El mayor de ellos ocurrió el 7 de enero temprano, cerca de la costa suroeste. Miles han sido evacuados, cientos de miles no cuentan con electricidad estable y, en las comunidades sureñas, los parques, campos y canchas de béisbol están sirviendo de campamentos para las personas que tienen demasiado miedo de dormir bajo sus propios techos.
“La situación es desesperante, en cierta forma, porque las personas no pueden volver a sus hogares”, dijo el élder Jorge Alvarado, un setenta autoridad general, nativo de Ponce y consejero en la presidencia del Área Caribe.
Una persona perdió su vida debido a los terremotos y otras nueve resultaron heridas.
Ningún misionero ni miembro Santo de los Últimos Días en Puerto Rico recibió heridas — pero muchos están emocionalmente afectados por otra serie de desastres naturales en un territorio estadounidense que aún está emergiendo del huracán María de 2017.
Los hogares de tres familias Santos de los Últimos Días de la Estaca Ponce Puerto Rico recibieron daños, según un informe preparado por la presidencia del Área Caribe. Las regiones que fueron más afectadas incluyen los vecindarios de Ponce y de las comunidades cercanas de Juana Díaz, Guayanilla, Guánica y Yauco.
Church News habló con el élder Alvarado el viernes, 10 de enero, a través de una comunicación telefónica, mientras él viajaba a lo largo de esos municipios con decenas de toldos destinados a servir de refugio esta misma noche para los necesitados.
El élder Alvarado volvió a su tierra natal luego del terremoto del martes para ministrar junto a los líderes locales — ofreciendo apoyo tanto temporal como emocional. Ha visitado a muchos Santos de los Últimos Días en sus hogares y negocios. A muchas de las personas que duermen en carpas, campos al aire libre o autos estacionados a lo largo de carreteras oscuras, él las considera como amigos cercanos y compañeros en el evangelio.
El peso de los días pasados era evidente en su llamada telefónica. Su voz se quebró con emoción al compartir historias sobre cómo entregaron lonas y otras provisiones a las personas que están asustadas y desplazadas.
Los puertorriqueños son una gente fuerte, remarcó. “Pero cuando vas a sus hogares, puedes ver el alboroto emocional que hay — en especial en los niños”.
Muchos miembros de la Estaca Ponce permanecen asustados de volver a sus hogares debido a las réplicas continuas.
“Estamos acampando en el parque del vecindario y durmiendo en catres”, reportó Migdalia Rivera. “Hemos sentido mucho miedo y tememos que pueda suceder algo peor. Nunca hemos experimentado nada así. Esto es terrible. Y muchos otros miembros de la Iglesia están en la misma condición”.
Luego del terremoto más grande ocurrido el 7 de enero, los miembros y misioneros comenzaron a trabajar casi de inmediato para llevar apoyo tanto temporal como espiritual.
“Hay mucha necesidad”, dijo el élder Alvarado. “Estamos trabajando junto a los oficiales locales para ver qué podemos hacer. Nos hemos reunido con la Guardia Nacional”.
Se han donado fondos de la Iglesia para comprar alimentos, agua potable, suministros de higiene y otros artículos no alimenticios. Los equipos de misioneros están trabajando con socios locales de ayuda humanitaria para armar carpas grandes que puedan servir de refugio para hasta 10 personas cada una. Los supermercados, en general, han permanecido abiertos, así que los líderes locales del sacerdocio y la Sociedad de Socorro están comprando provisiones de manera local y distribuyéndolas donde se necesitan.
Además, como es de esperarse, los miembros y misioneros se ponen los chalecos amarillos de “Manos que Ayudan” y se unen en proyectos de servicio. Mientras tanto, los profesionales de salud mental provistos por la Iglesia se están poniendo a disposición para ayudar a los Santos de los Últimos Días a hacer frente a la crisis en curso.
“El mayor [deseo] que tienen las personas es tener la seguridad de que esto acabará”, dijo el presidente de la Estaca Ponce Puerto Rico, Franki Ruiz. “Para eso, los miembros de todas las estacas [de Puerto Rico] están recolectando los artículos necesarios y viajando a mi estaca para brindar apoyo temporal y espiritual.
“Las personas necesitan que las escuchen y necesitan saber que Dios nos ama y nos protegerá”.
El élder Alvarado dijo que se ha visto elevado por la unidad de sus hermanos puertorriqueños. Una vez más, esa unidad ha demostrado ser inquebrantable.
“Las personas dicen: ‘Esto es solo otra prueba más — soportémosla con un corazón bien dispuesto’”, dijo él. “Nuestro mensaje es que sigamos orando por la seguridad de nuestras familias. El Señor nos está escuchando”.