Menú

El portorriqueño y Setenta Autoridad General sabe que las bendiciones aguardan a su atribulada isla

Hace miles de años, Heráclito dio una muy citada observación que el élder Jorge M. Alvarado y su familia de seguro desafiarían.

“La única cosa constante”, dijo el filósofo griego, “es el cambio”

Sin duda, los Alvarados están bien familiarizados con el cambio.

Por casi 30 años, ellos han vivido en vario lugares en su nativo Puerto Rico, y en el continente de los Estados Unidos. Empleos y oportunidades profesionales fueron a menudo envolventes para el recién llamado Setenta Autoridad General. Y tanto el élder Alvarado como su esposa, la hermana Cari Lu Alvarado, han servido en varias asignaciones eclesiásticas.

Perdón Heráclito, pero el Evangelio permanece como una indisputable constante para los Alvarados. Los discursos en casa, los llamamientos de la Iglesia y los empleos pueden cambiar, pero la oración familiar, fielmente adorar en el día de reposo y el permanecer en los principios del templo nunca cambian.

El papel guiador del Libro de Mormón es otra prueba de lo constante en los Alvarado.

“Nuestros líderes nos han dicho que si leemos el Libro de Mormón, nuestras familias serán fortalecidas”, dijo el élder Alvarado. “Hemos leído el Libro de Mormón desde que nos casamos y también desde que nuestros hijos nacieron. Se nos prometen grandes bendiciones si leemos el Libro de Mormón, y yo creo eso firmemente”.

La conversión personal de la Autoridad General, de 48 años de edad, está fundada en el Libro de Mormón.

Miguel e Iris Alvarado se unieron a la Iglesia en Puerto Rico en 1977, cuando su hijo Jorge tenía 6 años.

Jorge, hijo, fue bautizado dos años después y nunca a faltado a los servicios dominicales. Por cualquiera de todas las definiciones, él fue un miembro activo.

“Pero mi propia conversión sucedió cuando yo tenía 16 años”, dijo.

En la preparatoria, Jorge fue seleccionado para ser el presidente de su clase de seminario, en su ciudad natal de Ponce. Ese año los alumnos estaban estudiando el Libro de Mormón.

Su nueva responsabilidad lo impulsó a un personal examen de conciencia.

“Me tuve que preguntar: ‘¿Realmente sé que el Libro de Mormón es verdadero? ’... ¿Cómo podía ser el presidente de la clase si ni siquiera sabía que el libro era verdadero? ”.

Él tomó su Libro de Mormón y empezó seriamente a leerlo por primera vez.

“Me puse de rodillas y oré, y supe entonces que era verdadero”, dijo.

El Libro de Mormón permanece como un elemento definitorio en su vida.

Cuando él sirvió en la Misión Florida Tampa, compartió el Libro de Mormón con todos los que enseñó. La obra misional también le enseñó al élder Alvarado lecciones clave de obediencia que le ayudan bien hasta este día.

Él hablaba un poco de inglés al crecer, así que fue emocionante recibir su asignación misional para un área de habla inglesa. Pero justo unas semanas después de llegar a Florida, el presidente de misión, G. Vern Albright, le dijo que se le asignaba a un área de habla hispana. Esas fueron noticias frustrantes.

“Pero el presidente Albright me dijo: ‘élder, le haré una promesa: si trabaja en español, tendrá oportunidades de hablar inglés, y siempre tendrá éxito en sus empleos y en la Iglesia’”.

El nuevo misionero decidió confiar en su líder del sacerdocio. “Y después de mi misión, todos mis empleos y llamamientos en la Iglesia, han sido en inglés. Ha sido una gran bendición”.

Servir en una misión, agregó, fue un centro de enseñanza, “para todo lo que he hecho en mi vida”. 

Atestiguó la ley de la cosecha, tú cosechas lo que siembras. Descubrió el equilibrio natural entre la obediencia a los mandamientos, y la compasión y empatía por los demás.

“Y aprendí a dejar que el Espíritu fuera mi maestro”.

También vio cómo mucha gente aceptó el Evangelio. “Pero supe que no era yo el que hacía que eso pasara, sino el Señor”.

Poco después de regresar de su misión, el élder Alvarado pasó por el centro local de distribución de la Iglesia en Puerto Rico para comprar algunos artículos. La empleada que le atendió era Cari Lu Ríos, una residente de Ponce. Se conocían vagamente por sus pasadas actividades en la Iglesia.

El recién joven exmisionero fue inmediatamente impresionado. “Cuando miré sus ojos, supe que sería mi esposa”.

Los sentimientos no fueron mutuos, dijo la hermana Alvarado riéndose, al menos no al principio.

Pero disfrutaron de estar juntos. Pronto, pasaban mucho de su tiempo juntos, y se dieron cuenta de que habían llegado a ser una pareja. Se casaron en el Templo de Washington D. C. seis días antes de la Navidad de 1992.

Los Alvarado son padres de tres hijos, dos hijas y un hijo.

La familia ha vivido tanto en Puerto Rico (donde la Iglesia es todavía relativamente joven) y en Utah, donde las capillas Santo de los Últimos Días están en la mayoría de los vecindarios. Los Alvarado fueron también compañeros misionales cuando el élder Alvarado presidió la Misión Puerto Rico San Juan.

Pero en cada alto de su vida, ellos han encontrado comunidades de gente creyente.

“Dondequiera que hemos estado, hemos estado en casa”, dijo la hermana Alvarado. “Eso es lo maravilloso de la Iglesia”.

Ahora ellos se ven ante otro momento notable al servir mundialmente a los Santos de los Últimos Días y a otros. Al considerar las maneras en que él aconsejaría a los demás, el élder Alvarado recuerda el consejo que una vez recibió del élder Francisco J. Viñas, ahora una Autoridad General emérita.

“El élder Viñas me dijo que el más grande testimonio que uno puede dar, es la manera en que uno vive su vida con su familia”, dijo. “Así que le digo a las personas que involucren a sus familias en todo lo que hacen. Para nosotros, el vivir el Evangelio es un asunto familiar importante”.

La hermana Alvarado, dice él, fue el cemento que mantuvo a la familia junta, especialmente cuando los deberes profesionales o de la Iglesia lo mantenían lejos de casa. La pareja se convirtió en comprendedores de la tecnología al utilizar Skype y FaceTime para estar juntos cuando estaban separados por miles de kilómetros.

Dondequiera que sirvan, los Alvarado se siente orgullosos “boricuas”, el término que los portorriqueños usan para referirse a su propia historia de la isla.

Los portorriqueños Santos de los Últimos Días han experimentado extremos emocionales en años recientes. La recuperación de los horrores del huracán María de 2017, todavía continúa hasta este día. Muchos miembros fueron dañados por esa histórica tormenta. Pero hubo gozo cuando el presidente Russell M. Nelson visitó la isla el año pasado, después del anuncio en octubre de la construcción del Templo de San Juan, Puerto Rico.

“El templo traerá a Puerto Rico todo lo que los miembros necesitan entender de porqué decimos que tenemos la plenitud del Evangelio”, dijo.

BOLETÍN
Reciba los aspectos destacados de Church News gratis en su bandeja de entrada semanalmente. Escriba su dirección de correo electrónico a continuación.