La ciudad de Antofagasta, Chile, pareció ser dos veces bendecida durante la conferencia general de abril de 2019 . En una sesión, el presidente Russell M. Nelson anunció un nuevo templo para la ciudad portuaria y capital regional del área altamente minera del norte de Chile. Y en otro anuncio, el originario de ahí, Ricardo P. Giménez, fue nombrado como uno de los 10 recién llamados Setentas Autoridades Generales.
Ese momento culminante para Antofagasta fue compartido por los Santos de los Últimos Días en Ely, un poblado de unos 4.000 habitantes, en la parte este-central de Nevada, que sirvió como una estación de carruajes en el siglo XIX, y donde se descubrió cobre en 1906. Ely es donde el élder Giménez y su esposa, la hermana Catherine Giménez, junto con sus dos hijos, han vivido, y aprendido, en los pasados tres años.
Un contrato de trabajo por tres años como gerente administrativo para la compañía minera Ely llegó en abril de 2016, coincidiendo con su relevo como Setenta de Área en Chile. La familia Giménez llegó en un oscuro y lluvioso día a un escueto hogar, de cara a una nueva ubicación, un nuevo idioma y una nueva cultura.
“Oramos acerca de eso, y sentimos que era bueno”, dijo el élder Giménez. “Mirando hacia atrás, podemos unir los puntos, pero en ese momento parecía algo difícil”.
Aceptar invitaciones para hablar en la Iglesia, enseñar clases y dar charlas parecía de enormes proporciones, aun hablar inglés con los demás en el teléfono era un gran desafío al principio.
“Durante ese tiempo nos acercamos al Padre Celestial más que en otro tiempo”, dijo la hermana Giménez, quien diligentemente preparó charlas y lecciones, acompañó a los msioneros de tiempo completo en la enseñanza para compartir su testimonio mensualmente en inglés, “porque esa era la única forma en que voy a aprender el cómo”.
El élder Giménez dijo: “Fue una muy humilde experiencia, el recordar poner nuestra confianza en el Señor más que en nuestras propias capacidades…
“Esa fue nuestra intención desde el principio. Así que no importa lo que el Señor requiera de nosotros, diremos siempre ‘sí’, haremos lo mejor que podamos y pondremos nuestra confianza en Él… Esa fue parte de las enseñanzas que el Señor deseaba para nosotros a través de esos tres años”.
Esa actitud persiste hasta ahora, no solo para el élder Giménez en sus nuevas asignaciones, sino para la hermana Giménez, cuando ella lo acompaña y participa como invitada.
Un Ricardo Giménez de 11 años se unió a la Iglesia en Santiago donde él, su madre y su hermana menor se habían reubicado después de que sus padres se divorciaron en Antofagasta. Al asistir a varias iglesias en búsqueda de consuelo y paz, a su madre le fueron presentados los misioneros Santos de los Últimos Días.
Después de ser enseñados por los élderes, el joven Ricardo le dijo a su madre que deseaba ser bautizado; ella estuvo de acuerdo y se unió a él. “Tuve una real y clara impresión de que era verdadero”, recuerda el élder Giménez sobre su conversión. ”Sentí que todo tenía sentido y que encajaba en el lugar correcto”.
Catherine Carrazana nació en una familia Santo de los Últimos Días, y participó en reuniones y actividades hasta que tuvo 12 años, cuando la familia dejó de asistir. Hilando sobre los recuerdos de su niñez de cantar himnos y las canciones de la Primaria, y de las presentaciones con filminas de La Primera Visión, ella regresó a la Iglesia a la edad de 18 años.
“Regresé por mí misma, siempre supe que ese era el lugar correcto para mí, y nunca dejé de orar”, dijo ella, agregando: “sabía que tenía que casarme en el templo”.
Al ir en un autobús de camino a su trabajo en la tienda de su padre, un día del verano de 1995, Catherine atisbó por primera vez a Ricardo caminando en las calles de Antofagasta, lucía diferente a los demás hombres chilenos, porque era alto y de complexión delgada. Lo vio de nuevo después esa noche, en una fiesta con amigos, viéndolo socializar y bailar con las demás.
Pero ella no se presentó ni habló con él hasta después de que el verano terminó, y se mudó a Santiago para asistir a la universidad y vivir con su tío, quien era obispo de un barrio en la ciudad capital de Santiago. Al asistir a las reuniones dominicales, ella vio al mismo joven que recordaba haber visto en las calles caminando y en esa fiesta en Antofagasta, a unos 1.280 kilómetros de distancia.
Mientras se conocían, ella supo que él, un exmisionero y estudiante universitario viviendo en Santiago, regresaba a Antofagasta cada verano para estar con su padre, la razón por la que ella lo había visto ahí por primera vez. Pasaron los siguientes seis meses como buenos amigos antes que él le pidiera salir en una cita.
La conexión Antofagasta-Santiago continuó: la pareja se casó civilmente, como legalmente es requerido, en septiembre de 1997 en Antofagasta, y entonces se sellaron un par de días después en el Templo de Santiago, Chile.
El Templo de Concepción, Chile, fue el templo número 160 de la Iglesia a nivel mundial. Vea más acerca de la dedicación aquí.
Al empezar ellos su familia en Chile, él trabajó primero en la industria minera, y entonces en servicios tecnológicos de información. Al tiempo que tanto la profesión como la familia progresaron, él consideró asistir a la Escuela Marriot de Negocios de la Universidad Brigham Young, o buscar oportunidades internacionales de trabajo. Pero su compromiso con los llamamientos de la Iglesia no enlazaba con el tiempo de tales posibilidades, que llegaron cuando él servía como obispo en Antofagasta, y entonces como presidente de estaca ahí, y después como Setenta de Área.
Una vez en Ely, se dieron cuenta que los templos estaban cerca, en cualquier dirección, en Nevada, en Utah y en Idaho. Y estaban de tres a cinco horas de camino en auto. Para la familia Giménez, eso es solo un tercio, o menos, de las 15 horas en auto desde Antofagasta hasta el Templo en Santiago.
El élder Giménez, que servía como consejero en una presidencia de estaca en Ely al tiempo de su llamamiento, oía a los Santos de los Últimos Días ahí hablar de tratar de servir en una visita a un templo junto con los mandados y compras en las ciudades grandes a varias horas de distancia.
“Cuatro horas, para mí, es un regalo, una bendición. No digan que es muy lejos”, dijo. “Pongan el templo como una meta, no solo como parte de un viaje para mandados o compras. Cambiemos las prioridades, vamos al templo. Ustedes pueden hacer lo otro, pero la principal prioridad es ir al templo”.
El élder y la hermana Giménez han compartido partes de su cultura con amigos y conocidos en Ely, como los gestos latinos de cercanía, los saludos de un abrazo con un pequeño beso (“besito”), entre mujeres, o el “abrazo” que comparten los hombres.
“He convertido a toda la presidencia de estaca y al sumo consejo porque los agarro y los abrazo”, dijo el élder Giménez. “Y lo mismo con los misioneros, cuando los abrazo, ellos ponen su cabeza en mi hombro”.
Mientras modelaban para Ely un tipo de “abrazar”, ellos habían tratado de mostrar otro tipo de abrazo: hablar de la fe, del testimonio, al ministrar y servir habían aprendido, ya sea en Antofagasta, Chile, o en Ely, Nevada, que “por eso podemos abrazar todo lo que es bueno y ponerlo al servicio del Señor”, dijo.
Los dos se preguntan si podrán con sus nuevas tareas. “Estoy súper preocupaao acerca de estar lista espiritualmente”, admitió la hermana Giménez.
El élder Giménez dijo que él piensa en otros Santos de los Últimos Días con más conocimiento y más experiencia. “Esta es la primera vez en mi vida que realmente siento mis insuficiencias, grandes, grandes insuficiencias.
“Me pregunto: ‘¿Quién eres tú? No soy nadie’”, dijo, entonces rápidamente se recuerda a sí mismo las muchas veces que él ha enseñado los principios del Señor que califican a los que Él llama.
“He enseñado eso muchas veces en el pasado, y ahora estoy tratando de aplicarlo a mí mismo. El Padre Celestial te llama. Él te conoce. Así que solo ve y haz lo que Él quiere, y todo estará bien”.