El Presidente Thomas S. Monson dio un sabio y eterno consejo para todo Santo de los Últimos Días que se sienta algo abrumado por un llamamiento o asignación de la Iglesia: “Recuerden que a quien el Señor llama, el Señor capacita”.
El Élder Rubén V. Alliaud sabe que el Presidente Monson decía la verdad.
Cuando el recientemente llamado Setenta Autoridad General tenía solo 15 o 16 años — y era recién converso — se le pidió servir en llamamientos diversos y demandantes en su rama.
Al mirar atrás, reconoce que esas asignaciones probablemente estaban más allá de su capacidad. Pero tampoco estuvo solo en el servicio en la Iglesia. Él sabía que había sido llamado por el Señor a través de su líder del sacerdocio local.
Entretanto, el deseo de servir del joven Rubén lo calificaba para el llamamiento.
“Mi presidente de rama me dio llamamientos que uno no le suele dar a un adolescente”, dijo él. “Pero eso significaba que no podía faltar nunca a la Iglesia. Creo que solo falté una vez desde el día de mi bautismo hasta que me fui a la misión”.
El Élder Alliaud está seguro de que el Señor conoce a sus hijos y desea que todos ellos disfruten de todas las bendiciones del evangelio restaurado.
Tenía 14 años cuando se fue de su casa para pasar un año con su tío Manuel en los Estados Unidos. Él contó que durante esos años de adolescente había estado desarrollando un “espíritu rebelde”. Su padre, Rubén Reynaldo Alliaud, había fallecido hacía poco tiempo.
Así que su madre, María Beatriz Bustos Alliaud, aceptó la invitación de su hermano y envió a su hijo a Houston para que estuviera con él y su familia.
Solo le puso una condición a su hermano menor: Que no compartiera sus creencias de los Santos de los Últimos Días con su hijo católico. El tío Manuel aceptó.
Pero el espíritu del evangelio se comunicó de otras formas con el adolescente atribulado. Él observaba las muchas formas en que la Iglesia unía a la familia Bustos.
Los estantes de la habitación de huéspedes de Rubén contenían cientos de copias del Libro de Mormón. Con curiosidad, sacó una copia en español y descubrió la promesa de Moroni ubicada en las primeras páginas del libro. A través de sus palabras, el antiguo profeta le aseguró al joven que él podía saber si el Libro de Mormón era verdadero por medio de la oración.
“Esa promesa me tocó de una forma extraña — quería leer el libro”, dijo él.
Rubén se tomó en serio la promesa de Moroni y oró para saber si el Libro de Mormón era verdadero. Recibió una respuesta afirmativa y luego le dijo a su sorprendido tío que quería bautizarse.
El tío Manuel honró su promesa y no habló del evangelio. En lugar de hacerlo, mandó a Rubén de inmediato a Argentina para que pudiera conseguir el permiso de su madre para unirse a la Iglesia. Pronto fue bautizado — pero solo luego de pasar por una profunda “entrevista bautismal” con su madre. Ella quería estar segura de que su hijo estaba realmente comprometido al evangelio restaurado.
Con la ayuda del Señor, Rubén empezó a servir en una serie de desafiantes llamamientos en la Iglesia. Pero también deseaba pertenecer a una rama con más jóvenes de su edad.
“Así que le golpeé la puerta a mi presidente de rama y le dije ‘Presidente, estoy solo, aquí no hay jóvenes.’“.
El presidente de rama le ofreció una solución sencilla antes de cerrar la puerta: “Bueno, ve a buscarlos”.
Entonces, se dispuso a encontrar jóvenes para que se unieran a la Iglesia con él, y primero contactó a sus amigos. También obtuvo una lista de los jóvenes menos activos de su barrio y se puso en contacto con ellos, invitándolos a volver a la iglesia.
El joven Rubén aprendió a una edad temprana que las bendiciones, generalmente, llegan después del trabajo arduo y el esfuerzo personal. También llegó a valorar a los líderes amorosos que lo ministraron y le ayudaron a crecer como hombre y poseedor del sacerdocio. Esas enseñanzas le sirvieron cuando dejó Argentina en 1986 para servir una misión de tiempo completo en Uruguay.
“La misión fue como una escuela que estableció un patrón para mi vida; fue todo para mí”, dijo él.
Una joven mujer uruguaya llamada Fabiana Bennett Lamas pertenecía a uno de los barrios en los que sirvió el Élder Alliaud. Ella lo admiraba a la distancia, incluso escribía en su diario sobre los principios que él enseñaba durante los discursos en la reunión sacramental. También invitaba a sus amigos no miembros a las clases de la Escuela Dominical que el joven élder impartía.
“Era un misionero excelente”, recuerda ella. “Todos lo amaban — los niños, los adultos, los ancianos. ... Sabía que era el tipo de persona con la que deseaba casarme algún día”.
Sin embargo, nunca pensó volver a ver al argentino luego de que terminara su misión.
Tres años después, Rubén volvió a Montevideo. Fabiana se sorprendió gratamente cuando él apareció en su barrio un domingo.
“No podía creerlo — y él se acordaba de mí”, dijo, riéndose.
El Élder Alliaud estaba conociendo a distintas jóvenes en ese momento. Estaba ocupado estableciendo su carrera legal y recuerda que deseaba encontrar a la persona indicada y comenzar su propia familia. Pero no había orado al respecto. Así que, como había hecho años atrás al estudiar el Libro de Mormón, le pidió guía al Señor.
Entonces, la imagen de la joven uruguaya apareció en su mente.
Organizó un viaje familiar para volver al país de su misión donde formalmente — y algo nervioso — se volvió a presentar ante Fabiana. Pasaron tiempo juntos y se dieron cuenta de que hacían buena pareja. Durante un paseo a la playa él le dio un beso y le pidió que fuera su esposa.
Rubén y Fabiana se casaron el 17 de diciembre de 1992 en el Templo de Buenos Aires Argentina. Los Alliaud criaron seis hijos en la ciudad capital donde el Elder Alliaud ejercía la abogacía y, juntos, sirvieron en la Iglesia. Los dos sirvieron como compañeros de misión cuando él presidió la Misión Argentina Córdoba.
Los Alliaud se sienten humildes pero entusiasmados de servir en este nuevo llamamiento junto a Santos de los Últimos Días de todas partes del mundo.
Planean compartir el siguiente consejo comprobado con todos los que conozcan:
“Presta atención a lo que dice el Profeta”, dijo Élder Alliaud. “No hay mensaje más importante que buscar dirección en las palabras del Profeta y la Primera Presidencia. Vivimos en un mundo complicado y los profetas están recibiendo revelación del Señor para guiarnos”.
La paz y la felicidad, agregó la hermana Alliaud, se encuentran al “mirar al Salvador y seguir Sus palabras en todas las formas posibles”.