Los santos de los últimos días son conocidos por ser personas que, a través del servicio y amor por sus semejantes, construyen familias fuertes y mejoran su comunidad. Es una reputación que les precede en todo el mundo.
“Desde que me convertí en presidente de la Iglesia, me he asombrado de cuántos presidentes, primeros ministros y embajadores me han agradecido sinceramente por la ayuda humanitaria que brindamos en sus países”, dijo el presidente Russell M. Nelson durante su discurso al final de la sesión del domingo por la mañana de la Conferencia General Semestral N°189.
Dondequiera que el presidente Nelson vaya, los líderes le expresan gratitud por la fortaleza que los miembros fieles de la Iglesia brindan a sus países como “leales ciudadanos que contribuyen”, dijo él.
Tal reputación, dijo el presidente Nelson, proviene del deseo de los santos de los últimos días de ser verdaderos discípulos de Jesucristo y seguir los dos grandes mandamientos de Dios: amar a Dios y amar a nuestro prójimo.
Dondequiera que vivan, los santos se esfuerzan de manera consciente por cuidar de los demás igual o mejor de lo que se cuidan a sí mismos.
“Sin importar cuál sea nuestro hogar, los miembros de la Iglesia creemos fervientemente en la Paternidad de Dios y la hermandad de los hombres. De modo que nuestro mayor gozo viene cuando ayudamos a nuestros hermanos y hermanas, independientemente en qué parte de este maravilloso mundo vivamos”, dijo el presidente Nelson. “Los santos de los últimos días, igual que otros seguidores de Jesucristo, siempre están buscando maneras de ayudar, elevar y amar a otros”.
El sendero del discipulado consiste en ayudar a otros, dijo el élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, quien también habló durante la sesión del domingo por la mañana.
Al hablar de los dos grandes mandamientos, el élder Uchtdorf señaló que “la fe, la esperanza, el amor, la compasión y el servicio nos refinan como discípulos”.
Es a través de nuestros esfuerzos por ayudar a los demás — los pobres, necesitados y atribulados — que nuestro carácter se puede purificar, y el espíritu de los demás se puede ensanchar de una forma que los acerque a Cristo. Pero esos esfuerzos deberían hacerse sin esperar un premio o reconocimiento, y sin ninguna mala intención.
“Cuando llenan sus corazones con el amor puro de Cristo, no dejan lugar para el rencor, el juicio y la vergüenza”, dijo el élder Uchtdorf. “Ustedes guardan los mandamientos de Dios porque lo aman. En el proceso, lentamente se van volviendo más como Cristo en sus pensamientos y obras”.
Si bien no hay dudas sobre la reputación de los santos de los últimos días como vecinos caritativos y amables, el presidente Nelson señaló que es imposible contar todo el bien que los miembros de la Iglesia llevan a cabo alrededor del mundo. Sin embargo, el bien que la Iglesia hace como organización oficial sí se puede calcular, dijo el presidente Nelson.
Al compartir un relato sobre el alcance humanitario de la Iglesia desde que fue lanzado en 1984, el presidente Nelson describió algunas de las formas en que se han distribuido los más de dos mil millones de dólares de ayuda que la Iglesia ha donado en los últimos 35 años, entre las personas necesitadas en todo el mundo.
“A los destinatarios se les ofrece esta asistencia sin importar su afiliación religiosa, nacionalidad, raza, orientación sexual, género o pensamiento político”, dijo el presidente Nelson.
Poco tiempo después del establecimiento de la organización humanitaria de la Iglesia, conocida como Latter-day Saint Charities, en 1984, la Iglesia llevó a cabo un ayuno para juntar fondos para ayudar a los afectados por una sequía devastadora en el este de África.
“Para ayudar a los miembros de la Iglesia del Señor que están atribulados, amamos y vivimos la antigua ley del ayuno”, dijo el presidente Nelson, explicando cómo cada mes los miembros de la Iglesia se abstienen de comidas por un día y donan el costo de esa comida para ayudar a los necesitados.
“Pasamos hambre para ayudar a otros que sienten hambre”, dijo él.
Como resultado de ese ayuno de un día, los miembros de la Iglesia donaron $6.4 millones.
Apenas unos años después, durante su primera visita al oeste de África en 1986, el presidente Nelson dijo que le impresionó ver cómo los miembros del lugar cuidaban unos de otros a través de la práctica de la ley del ayuno.
Cuando el entonces élder Nelson le preguntó a un presidente de estaca local cómo hacía la estaca para cuidar de los miembros que tenían tan poco, este le contestó: “Sus contribuciones de ofrendas de ayuno usualmente exceden sus propios gastos”.
Esas personas tenían corazones dispuestos y daban generosamente cuando podían, para cubrir las necesidades de quienes que no tenían lo suficiente, explicó él.
Y cualquier “excedente de ofrendas de ayuno se enviaba a personas de otros lugares cuyas necesidades eran mayores”, dijo el presidente Nelson. “Esos leales santos africanos me enseñaron una gran lección sobre el poder de la ley y el espíritu del ayuno”.
Luego, el presidente Nelson citó otros ejemplos de cómo la Iglesia ha ayudado a los necesitados en todo el mundo.
Con 124 almacenes del obispo en todo el mundo, la Iglesia ayuda a aliviar el hambre brindando aproximadamente 400,000 órdenes de comida cada año para personas en necesidad. El hambre afecta a unos 820 millones de personas (según un reporte reciente de la Organización de las Naciones Unidas), dijo el presidente Nelson.
Los servicios humanitarios de la Iglesia también ayudan a llevar agua potable a comunidades en 76 países y, en 2018, brindaron cuidados oftalmológicos para 300,000 personas, atención de recién nacidos para madres y niños en 39 países, sillas de rueda para 50,000 personas, suministros de emergencia para refugiados en 56 países, y respondieron a más de 100 proyectos de ayuda para desastres en todo el mundo.
Al agradecer a los miembros por sus esfuerzos por contribuir al trabajo humanitario de la Iglesia, él dijo que la “sincera generosidad” de los miembros contribuiría a millones en todo el mundo, quienes recibirían la “tan necesaria comida, ropa, refugio temporal, sillas de ruedas, medicinas, agua potable y más”.
El servicio bondadoso que prestan lo santos de los últimos días, que habitualmente son los primeros en responder a la tragedia al ponerse los chalecos y remeras amarillos de “Manos que ayudan”, es “la esencia misma de la ministración”, dijo él.
Y con las vidas ejemplares, corazones generosos y manos que ayudan de los miembros de la Iglesia que hacen todos los esfuerzos posibles, “no es de sorprenderse que muchas comunidades y líderes gubernamentales estén elogiando sus esfuerzos”, dijo el presidente Nelson.
Al abrir la sesión del domingo por la mañana, el élder Gerrit W. Gong del Cuórum de los Doce Apóstoles compartió el significado de los dos grandes mandamientos con respecto a nuestras relaciones eternas.
“Cuando vivimos los dos grandes mandamientos de Dios, de amarlo y amar a otros por convenio, lo hacemos no como extraños o invitados, sino como Sus hijos”, dijo el élder Gong. “La antigua paradoja todavía es cierta. Al perder nuestra vida mundana por nuestros convenios, encontramos y nos convertimos en nuestra mejor versión eterna — libre, viva, real — y definimos nuestras relaciones más importantes”.