ROMA, Italia — El cuaderno de Fasasi Abeedeen fue inolvidable. Los dibujos a lápiz registraron su tenue viaje por el mar Mediterráneo.
Cada página ofrecía un vistazo a su historia: un niño que gritaba y pasaba entre adultos para ponerse a salvo. Un niño, luchando en un mar que lo consume, jadeando por aire. El cuerpo sin vida de una mujer, sacado del agua.
Abeedeen mostró sus bocetos a Tom y Anita Herway, misioneros de Latter-day Saint Charities que habían estado sirviendo en Roma durante un año cuando nos conocimos en 2018.
Con un fotógrafo, me asignaron cubrir el primer ministerio global (en inglés) del presidente Russell M. Nelson, en abril de 2018. Tenía planeado pasar unos días en Jerusalén (en inglés). Pero poco después de llegar al Centro de BYU en Jerusalén, recibimos noticias sobre el aumento de las tensiones en el área. En medio del conflicto, el presidente Nelson y el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, decidieron acortar su visita y salieron de Jerusalén (en inglés).
Con algunos colegas, volamos a Italia. Teníamos un día y un calendario abierto inesperado. Envié un correo electrónico a los líderes locales de la Iglesia, quienes me pusieron en contacto con el élder y la hermana Herway.
Nunca daremos por sentado lo que sucedió después.
En un día — sin previo aviso — nos mostraron la amplitud y profundidad de la labor humanitaria de la Iglesia en apoyo a los refugiados (en inglés) en Roma. Una de las personas que conocimos fue Abeedeen, que estaba recibiendo ayuda de la Casa Scalabrini, un programa dirigido por los misioneros Scalabrinianos, una orden religiosa católica romana.
Pensé en Abeedeen este mes cuando regresé a Roma, donde el presidente Dallin H. Oaks pronunció un discurso histórico sobre la libertad religiosa mundial. Durante la Cumbre de Libertad Religiosa de Notre Dame de 2022, el presidente Oaks pidió “un esfuerzo mundial para defender y promover la libertad religiosa de todos los hijos de Dios en todas las naciones del mundo”.
Cuando tuve unas horas de tiempo libre, visité el Centro de refugiados Joel Nafuma — uno de los lugares a los que me llevaron el élder y la hermana Herway en 2018. La importante labor allí continúa, y aún se lleva a cabo con socios, incluyendo la Iglesia.
Es un símbolo de lo que puede suceder con las personas que se sienten responsables ante Dios y se unen para ayudar a los necesitados.
Recibimos una imagen poderosa de tales esfuerzos en 2018.
En ese entonces, el élder y la hermana Herway explicaron que la Iglesia no puede brindar servicios a todos los refugiados, por lo que se asociaron con organizaciones — incluyendo la Cruz Roja, Intersos y el Centro de refugiados Joel Nafuma — para lograr colectivamente lo que no se puede hacer de manera individual.
En el campamento de la Cruz Roja en Roma, vimos refugios construidos en colaboración con Latter-day Saint Charities. El campus “Better Shelters” fue especialmente útil cuando cayó nieve ese año en Roma.
Recuerdo haber visto el logotipo de Latter-day Saint Charities en una camioneta de Intersos. Esas camionetas recogían poblaciones de refugiados en riesgo — mujeres, niños y adolescentes— y los trasladaban a sus unidades de alojamiento transitorio. Durante su estancia en los alojamientos transitorios, los refugiados recibieron duchas, comidas calientes y tiempo para reflexionar sobre sus objetivos y el próximo paso.
Los voluntarios que conocimos en el Centro de Refugiados Joel Nafuma se enfocan en el respeto y la empatía cuando brindan servicios a la comunidad de refugiados. Los voluntarios Santos de los Últimos Días que estaban en el centro ese día daban clases de cocina, italiano e inglés.
Estaba oscureciendo en nuestro ajetreado día en Roma cuando llegamos al campo de refugiados de Baobob. En el campamento había más de 130 hombres y un grupo de mujeres y niños que vivían en más de 100 tiendas de campaña o refugios.
La higiene, la comida y el refugio eran temas importantes para la población del campamento, pero cuando pregunté a algunos de los refugiados con qué soñaban, sus respuestas me sorprendieron. “Un lugar para ir”, “un lugar para dejar mis pertenencias”, “un lugar para dormir sin que me despierten”.
Ese día en el campo de refugiados de Baobob, aprendimos que el respeto y la dignidad son mucho más importantes que cualquier cosa tangible.
Los Santos de los Últimos Días en Roma ya sabían esto. Varios se habían reunido en el campamento esa noche para servir la cena. Pero también encontraron tiempo para jugar al fútbol con muchos de los refugiados y hablar con ellos. Una de mis fotografías favoritas tomadas en el campamento es de uno de nuestros miembros extendiendo sus brazos a un niño.
Tuvimos un día — y sin previo aviso — para trabajar en Roma. Los miembros de la Iglesia no sabían que los medios de comunicación Santos de los Últimos Días estarían allí. Simplemente estaban haciendo lo que siempre hacen.
No estoy segura, pero sospecho que el élder y la hermana Herway podrían habernos mantenido ocupados durante una semana.
Abeedeen fue uno de los pocos afortunados en Roma que encontró refugio e inclusión en la Casa Scalabrini.
Los bocetos en su cuaderno — utilizados por él como guía para crear esculturas — se titulaban “Mi viaje”.
Estaba reflexionando sobre las imágenes que comunicaban tristeza y desamor, cuando compartió otro cuaderno — esbozado desde que llegó al centro. Se titulaba “Esperanza” y representaba no solo a los refugiados, sino también a otras poblaciones marginadas, como las personas sin hogar en Roma.
Sus cuadernos reflejaron lo que sucede cuando las personas se vuelven autosuficientes — dirigen sus pensamientos hacia los demás.
Al ofrecer un vistazo de la labor humanitaria de la Iglesia en Roma en 2018, la hermana Herway lo resumió mejor: “Sentimos que estamos ofreciendo esperanza a las personas”, dijo. “Estamos allí diciendo: ‘Tal vez podamos ayudar’”.
— Sarah Jane Weaver es editora de Church News.