El presidente Russell M. Nelson hizo una pausa afuera del majestuoso Palacio de Gobierno en la capital peruana de Lima en octubre de 2018, antes de reunirse con el presidente de Perú, Martín Vizcarra, llamando la atención de una guía turística local.
“¿Quién es ese hombre?” ella preguntó a los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que esperaban para entrevistar al presidente Nelson.
Luego, confiando en lo que percibía del presidente Nelson — un hombre al que claramente no conocía — ella gritó: “¿Bendecirá a Perú?”.
La interacción fue una de muchas durante la visita ministerial del presidente Nelson a Sudamérica; además de la reunión con el presidente de Perú, también se dirigió a los misioneros del Área Sudamérica Noroeste y habló ante casi 6 000 personas en un devocional para miembros transmitido por todo el país desde el Coliseo Mariscal Cáceres de Lima.
Al concluir el día, el presidente Nelson ofreció una bendición sobre la tierra y el pueblo del Perú.
Para mí el momento fue tierno y poderoso, el cumplimiento de una súplica de un extraño a un líder.
Años más tarde, el cardenal Timothy Dolan, arzobispo católico de Nueva York, expresó por qué ese momento — y tantos otros como este — me importaron tanto a mí.
Reuniéndose con prominentes líderes religiosos y de pensamiento en el campus de la Universidad de Notre Dame para la cumbre inaugural de libertad religiosa de Notre Dame, el 28 y 29 de junio de 2021, el cardenal Dolan dijo que la palabra religión proviene “de la palabra latina que significa una atadura, un vínculo”.
“La religión te da un sentido de responsabilidad, un sentido del deber y un sentido de retribución. La religión se convierte en una luz para el mundo, una levadura para la sociedad. No podemos construir puentes entre nosotros hasta que tengamos el puente hacia el Señor”.
La lección fue sencilla. Una conexión con Dios conduce a una conexión con Sus hijos.
Ese dulce sentimiento es también un sello distintivo del ministerio global del presidente Nelson.
La fe en Dios es, y siempre ha sido, la fuerza preeminente para el bien en este mundo, escribió el presidente Russell M. Nelson en un artículo de opinión publicado el 10 de febrero en el periódico el Arizona Republic.
Reflexionando sobre sus nueve décadas y media de vida, el presidente Nelson simplemente escribió: “Una vida con Dios es mucho mejor — más llena de esperanza — que una sin Él. La fe en Dios es, y siempre ha sido, la fuerza preeminente para el bien en este mundo. Es la fuente más duradera de paz para las mentes y los corazones”.
El presidente Nelson dijo que en los últimos años hemos experimentado un cambio de un mundo en el que parecía imposible no creer en Dios a uno en el que la fe es simplemente una opción — y con demasiada frecuencia está sujeta al ridículo. De hecho, él escribió, las almas humanas anhelan comprender el propósito de la vida y darse cuenta de que Dios las conoce y se preocupa por ellas.
“Cualquiera que sea su tradición de fe o sus circunstancias personales, como siervo del Señor, le invito a mirarlo a Él y hacerlo el centro de su vida. Derrame su corazón a Dios y pídela Su ayuda. Él infundirá significado a su vida y llenará su corazón con una esperanza que trasciende cualquier cosa que el mundo pueda ofrecer”.
Solo siete meses después de ofrecer una simple oración por la nación de Perú, el presidente Nelson se reunió con el Dr. Mustafa Farouk, presidente de las Asociaciones Islámicas de Nueva Zelanda. Los dos discutieron los ataques “incomprensibles” en las mezquitas de Al Noor y Linwood en Christchurch, Nueva Zelanda, unos meses antes — que resultaron en 51 muertes.
El presidente Nelson deslizó su brazo en el brazo del Dr. Farouk. “Somos hermanos. Somos hermanos”, dijo él.
El Dr. Farouk dijo que unir los brazos con el presidente Nelson era un símbolo de unidad.
“Estamos todos unidos”, dijo él. “Todos somos uno”.
Los líderes habían construido un puente entre sí, porque ambos habían construido un puente hacia Dios.
Así como el presidente Nelson había ofrecido meses antes una oración por Perú — cumpliendo una solicitud sincera de un extraño fuera del palacio presidencial — el presidente Nelson se acercó a la víctima del tiroteo en la mezquita, Ahmed Jahangir. Dado de alta esa semana del hospital y aún con las heridas del ataque, el presidente Nelson preguntó su nombre y el nombre de su médico.
Él dejó con él una dulce promesa que se convirtió, como articuló más tarde el cardenal Dolan, en una conexión con él debido a una conexión compartida con Dios.
“Oraré por usted y oraré por su médico”, dijo él.