Las palabras que dije en el estacionamiento de nuestro centro de reuniones de la Iglesia tranquilizaron a mi esposo. Quien se detuvo y me miró, así que traté de explicarme.
“Por supuesto que quiero volver”, dije. “Simplemente me gusta la Iglesia en casa”.
Han pasado 15 meses desde que el mundo se cerró en medio de la pandemia de COVID-19. Ahora, a medida que disminuyen las restricciones, estamos volviendo a la normalidad — y al calendario de reuniones tradicionales — que todos habíamos anhelado desde marzo del 2020.
Estaba feliz por cualquiera que se hubiera sentido aislado o solo durante los domingos en ese tiempo. Estaba agradecida de adorar con todas las personas que había extrañado durante meses. Sabía que sentiría un poder y una paz cuando oráramos o cantáramos juntos.
Pero también estaba un poco triste.
Los últimos 15 meses han sido un tiempo sagrado para mi familia. Me encantó la simplicidad de la adoración en el hogar, de participar tranquilamente en las reuniones a través de la tecnología, de los esfuerzos extraordinarios de nuestra familia por cantar los himnos. Me había encantado mirar directamente a los rostros de los miembros del barrio durante las lecciones de Zoom. Algunas veces comimos bocadillos mientras participamos en la Escuela Dominical.
En medio de las pruebas del COVID-19 — y reconozco que hubo muchas — mi familia había encontrado un lado positivo.
Por tanto, en el momento de regresar a un horario tradicional de la reunión del domingo, yo estaba feliz de tener de nuevo todo lo que se había perdido, mientras que reflexionaba en cuanto a cómo podía conservar todo lo que había encontrado.
El élder Gerrit W. Gong, del Cuórum de los Doce Apóstoles, había expresado mis sentimientos en una entrevista el año anterior. “No vamos a volver a algo antiguo”, había dicho. “Estamos avanzando hacia algo nuevo”.
Durante el año 2020, mi presidente de estaca, Joseph Staples, había pedido constantemente a los miembros de nuestra estaca que tomaran las medidas necesarias para garantizar que saliéramos de la pandemia mejor de lo que la comenzamos.
Cronología: cómo ha respondido la Iglesia a la pandemia mundial de COVID-19
Todos habíamos aprendido algo durante este tiempo sobre el carácter sagrado de nuestros hogares y nuestra gratitud por las cosas que nos conectan, incluyendo la tecnología. Descubrimos que el ajetreo no equivale a la felicidad. Y llegamos a saber que cuando no podíamos estar en un templo con regularidad, nuestros convenios y bendiciones del templo podían estar en nosotros. Lo más importante es que reafirmamos que hay y siempre ha habido una respuesta al conflicto — la fe en el Señor Jesucristo.
El élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo que nunca habrá un momento en que el Señor no nos enseñe si somos rectos. “Esta vida es el tiempo para convertirse, no sólo para experimentar. Es el tiempo de que se nos enseñe desde lo alto”, dijo.
Nunca olvidaré la abrumadora sensación que tuve cuando el mundo comenzó a cerrarse a causa del virus. Lamento ahora no haber vislumbrado el sufrimiento que afectaría a tantos, física, emocional o económicamente. En lugar de eso, sentí alivio al ver como tenía tiempo libre en mi calendario.
Para mí, la pandemia fue una oportunidad para reiniciar, mantenerme en calma y reflexionar. Para determinar qué se necesita, qué importa y qué no. Como dijo el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, la pandemia fue “un tiempo raro de soledad forzada en el que no tenemos muchas trivialidades o ocupaciones superficiales que nos distraigan de poder considerar las cosas verdaderamente importantes de la vida”. Esos momentos, dijo, “nos invitan a mirar hacia dentro de nuestra alma y ver si nos gusta lo que vemos allí”.
El fin de semana pasado viajé por trabajo por primera vez en casi 15 meses. Al igual que volver al horario tradicional de reuniones dominicales, el viaje me trajo una gran alegría. Observé y escribí sobre el sagrado ministerio del élder Quentin L. Cook y sentí la paz que viene cuando un apóstol testifica de Jesucristo. Estaba entre mis compañeros Santos de los Últimos Días. Volví a ver el poder de la Iglesia de Jesucristo para bendecir y fortalecer a los hijos de Dios.
El viaje también me dio que pensar.
Al igual que regresar a la Iglesia, fue otro recordatorio de que — a medida que las cosas se normalizan — todos nos enfrentamos a una elección: armados con las lecciones de los últimos 15 meses, podemos volver a algo antiguo o avanzar hacia algo mejor.