En el Libro de Mormón leemos que “se hallaba reunida una gran multitud del pueblo de Nefi en los alrededores del templo que se encontraba en la tierra de Abundancia”. Y “mientras así conversaban, unos con otros, oyeron una voz como si viniera del cielo; y miraron alrededor, porque no entendieron la voz que oyeron”.
“Y sucedió que de nuevo oyeron la voz, y no la entendieron.
“Y nuevamente por tercera vez oyeron la voz, y aguzaron el oído para escucharla …
“Y he aquí, la tercera vez entendieron la voz que oyeron; y les dijo:
“He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre — a él oíd”. (3 Nefi 11:1-7; cursiva agregada).
Hay varios casos registrados en las Escrituras que confirman que nueva información no siempre se comprende fácilmente y, a veces, puede requerir al menos tres veces antes de que algunos mensajes se entiendan completamente.
Recordarán cuando el joven Samuel y Elí se habían retirado a pasar la noche en habitaciones separadas del templo. Samuel escuchó la voz del Señor, y pensó que era Elí quien lo había llamado, “corriendo hacia Elí, dijo: Heme aquí”. Y Eli le dijo que regresara a su cama.
“Y Jehová volvió a llamar otra vez a Samuel”. Y fue a Eli quien dijo, “Hijo mío, yo no he llamado; vuelve y acuéstate”.
“Jehová, pues, llamó por tercera vez a Samuel”. Esta vez Elí le dijo a Samuel “y si te llama, dirás: Habla, Jehová, que tu siervo escucha”.
“Y Jehová … llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: “Habla, que tu siervo escucha”. (1 Samuel 3:3-10; cursiva agregada).
En Hechos 10 leemos del encuentro de Pedro con lo que para él era una nueva doctrina cuando Cornelio, un devoto centurión italiano en Cesarea, tuvo una visión en la que se le instruyó “Envía, pues, ahora hombres a Jope y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro” (Hechos 10:1-5).
Mientras estos hombres estaban en camino para encontrar a Pedro, “Pedro subió a la azotea a orar, cerca de la hora sexta” y “le sobrevino un éxtasis, Y vio el cielo abierto” y un gran lienzo … “en el cual había de todos los cuadrúpedos de la tierra, y reptiles y aves del cielo.
“Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come.
“Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás.
“Y volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios ha limpiado, no lo llames tú común.
“Y esto ocurrió tres veces; y el lienzo volvió a ser recogido en el cielo (Hechos 10:9-16; cursivas agregadas).
El Salvador había mandado previamente a Sus discípulos que “Por camino de gentiles no vayáis … sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. (Mateo 10:5-6). Cuando Pedro finalmente conoció a Cornelio y supo de su sincero deseo de que le enseñaran el evangelio, comprendió la lección que le habían enseñado tres veces: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34). Entonces se dio cuenta de que el evangelio no sólo era para los judíos, sino también para los gentiles y todos los hijos de nuestro Padre Celestial.
Al principio del Libro de Mormón leemos el relato de los intentos de Nefi y sus hermanos por recuperar las planchas de bronce de Labán. Nefi dijo, “E iba guiado por el Espíritu, sin saber de antemano lo que tendría que hacer” (1 Nefi 4:6). Entonces, sorprendentemente dijo, “el Espíritu me constriñó a que matara a Labán. … Y me sobrecogí y deseé no tener que matarlo” (1 Nefi 4:10).
Por segunda vez “el Espíritu me dijo de nuevo: He aquí el Señor lo ha puesto en tus manos” (1 Nefi 4:11). Por tercera vez “me dijo el Espíritu: Mátalo, porque el Señor lo ha puesto en tus manos; … Es mejor que muera un hombre a dejar que una nación degenere y perezca en la incredulidad” (1 Nefi 4:12-13).
“Por lo que, obedeciendo la voz del Espíritu y cogiendo a Labán por los cabellos, le corté la cabeza con su propia espada” (1 Nefi 4:18). La tercera vez comprendió plenamente lo que se esperaba de él.
Al principio de esta dispensación, el profeta José aprendió el patrón de repetición para asegurar una comprensión completa de los principios verdaderos. Después de retirarse a su cama en la noche del 21 de septiembre de 1823, el joven José recibió la visita del ángel Moroni quien le informó de “un libro, escrito sobre planchas de oro, el cual daba una relación de los antiguos habitantes de este continente” el cual también contenía “la plenitud del evangelio eterno”. Moroni también citó el tercer capítulo de Malaquías, “el undécimo capítulo de Isaías”, “el tercer capítulo de Hechos, y el segundo capítulo de Joel” (José Smith—Historia 1:29-30, 34).
Moroni luego se fue, pero pronto regresó, y José dijo, “Empezó, y otra vez me dijo las mismísimas cosas que me había relatado en su primera visita, sin la menor variación” (JS—H 1:45; cursivas agregadas). Después de que Moroni se fue por segunda vez, José exclamó: “Pero cual no sería mi sorpresa al ver de nuevo al mismo mensajero al lado de mi cama, y oírlo repasar y repetir las mismas cosas que antes” (JS—H 1:46; cursivas agregadas).
Al día siguiente, algo agotado por la falta de sueño José fue a trabajar al campo de su padre cuando “vi al mismo mensajero, rodeado de luz como antes. Entonces me relató otra vez todo lo que me había referido la noche anterior” (JS—H 1:49; cursivas agregadas).
Como Santos de los Últimos Días nos regocijemos al escuchar o leer los discursos de la conferencia general con respecto a la ministración, el permanecer en la senda del convenio, dar generosamente de nuestros medios para ayudar a los hambrientos y sin hogar, visitar a los que están en prisión y participar con todo el corazón y alma en el programa centrado en el hogar “Ven, sígueme”.
A medida que el formato y la duración de las reuniones cambien, a medida que se produzcan modificaciones en las ordenanzas del templo y que se amplíen los métodos para compartir el Evangelio, pueda cada uno de nosotros aceptar y seguir humildemente el consejo de nuestro amado presidente Russell M. Nelson: “les prometo que a medida que sigan siendo obedientes, expresando gratitud por cada bendición que el Señor les dé, y en tanto honren con paciencia el tiempo del Señor, se les dará el conocimiento y la comprensión que buscan. Todas las bendiciones que el Señor tiene para ustedes —incluyendo los milagros— vendrán a continuación. Eso es lo que la revelación personal hará por ustedes” (“Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas”, Liahona, mayo de 2018)
— El élder Spencer J. Condie, una Autoridad General Emérita, es un ex profesor de la Universidad Brigham Young.