Nota del editor: Esta narración es parte de una serie de Church News titulada “Mujeres del convenio”, en la que las mujeres de la Iglesia hablan de sus experiencias personales con el poder del sacerdocio y comparten lo que han aprendido al seguir el consejo del presidente Russell M. Nelson de “trabajar con el Espíritu para comprender el poder de Dios, o sea, el poder del sacerdocio” (“Tesoros espirituales”, conferencia general de octubre de 2019).
Algunos episodios, conectados en el tiempo, me han ayudado a comprender y atesorar mejor lo que es el sacerdocio y la forma en que sus hilos se tejen en mi vida.
Todo comenzó con la fe. Cuando servía como misionera en las exuberantes y onduladas colinas del norte del estado de Nueva York, estaba leyendo “Discursos sobre la fe” y aprendí un principio profundo: La fe es más que simplemente el pensamiento positivo. Más bien, es el poder que hace que los mundos funcionen. O, como enseñó el presidente Harold B. Lee: “Recuerden, la fe es la fuerza activadora del sacerdocio, sin la cual el sacerdocio no se hace efectivo en su vida” (“The Teachings of Harold B. Lee” [Las enseñanzas de Harold B. Lee], pág. 489).
Ese principio me impresionó y, con el tiempo, se convirtió en una piedra fundamental para mí en relación con poder del sacerdocio. “[Este] principio de poder, que existió en el seno de Dios, por el cual los mundos fueron formados, fue la fe. Todas las cosas … existen por razón de la fe, tal como existió en Él” (First Theological Lecture on Faith [El primer discurso teológico sobre la fe], aproximadamente entre enero y mayo de 1835, parte 15).

Allí estaba yo como misionera, enseñando el principio básico de la fe y, sin embargo, no había comprendido en profundidad el significado de un principio tan común y fundamental del evangelio de Jesucristo. ¿Realmente comprendía lo que teníamos a disposición mi compañera, yo, aquellos a quienes enseñábamos y cada uno de nosotros aquí en la tierra si tan solo ejercemos la fe?
Esta fe en Jesucristo nos proporciona acceso directo a Su poder, el cual nos bendice, nos redime, nos santifica y nos sana. Parece abrumador considerar su magnitud. Pero, dicho de forma simple, es el poder de Dios y, como se dijo anteriormente, “[existe] en Él”.
Como hermana adulta soltera en la Iglesia, no tengo un poseedor del sacerdocio en mi hogar. Sin embargo, tal como la fe, el poder del sacerdocio también hace que los mundos funcionen. Vive en nosotros. Es la manifestación del amor de Dios, y Dios a menudo se manifiesta a Sí mismo en momentos tranquilos, cuando estamos a solas con Él.
Hace algunos años, cuando compré mi primera casa, mis padres vinieron a fin de que mi padre pudiera dedicarla. Juntos, nos arrodillamos y unimos nuestra fe para ayudarlo a decir las palabras que el Señor deseaba que pronunciara sobre mí y mi hogar. En ese momento, me pareció simbólico que estuvieran allí conmigo cuando yo comenzaba mi propio hogar con su amor y apoyo. A medida que mi padre ponía en palabras algunas de las bendiciones que mis Padres Celestiales deseaban para mí, sentí Su gran amor y cuidado.
Mi padre falleció poco después, pero esa bendición del sacerdocio especial permanece en mi memoria y me ha permitido vislumbrar una de las formas en las que el poder del sacerdocio puede alcanzarme de forma individual.

Poco después del fallecimiento de mi padre, visité una joya escondida llamada el muelle de Dunquin en la ruta turística Wild Atlantic Way en Irlanda. Había una puesta de sol impresionante mientras yo estaba sentada meditando acerca de la belleza de este mundo maravilloso y las vastas creaciones de Dios.
Acababa de perder a mi padre y me sentía muy sola. Fue como si les hubiera preguntado en silencio a ambos de mis padres: ‘¿Dónde están?’
Justo en ese momento, me vino a la mente una frase muy clara: “Estoy aquí. Siempre estoy contigo”.
Para mí, ese mensaje, que vino por medio del Espíritu Santo, es una manifestación del poder del sacerdocio de Dios. Mi Padre Celestial sanó mi corazón roto ese día y me ayudó a sentirlo y verlo de una forma muy profunda. Fue un mensaje directo a mi corazón de Su parte. No fue complejo de comprender.
Al igual que mis padres terrenales, imagino que mis Padres Celestiales también están unidos en mi favor —amándome y apoyándome desde lejos (o quizás no tan lejos)— en este nuevo ‘hogar’ en la tierra.
El Señor nos visita y comparte Su amor. Él restauró de nuevo el sacerdocio en la tierra para este mismo propósito.
A menudo, puede que pensemos en el poder del sacerdocio como un poder que solo está relacionado ya sea con un líder varón de la Iglesia, un evento sagrado o una ordenanza. Sí, eso es verdad, pero no es todo lo que abarca el sacerdocio. El sacerdocio no está limitado por el hombre ni los límites terrenales.

Cuando el presidente Nelson nos invitó recientemente a estudiar el sacerdocio, descubrí que la sección 84 de Doctrina y Convenios estaba llena de nuevo significado a medida que meditaba sobre cómo este podía pertenecer a mí y a mi vida. Comienza describiendo a Sion y cómo la edificamos “empezando desde el terreno del templo” (D. y C. 84:3). ¿Por qué un templo? Porque, continúa diciendo el Señor: “la gloria del Señor … llenará la casa” (D. y C. 84:5). Es Su gloria —Su poder del sacerdocio.
He sentido ese poder dentro de las paredes de Su casa —el templo. Cuando entro, hago espacio para que Él se manifieste a Sí mismo en palabras, acciones o sentimientos, a través del Espíritu Santo. Trato de no pensar demasiado ni complicarlo. El Señor promete: “Todos los que reciben este sacerdocio, a mí me reciben … y el que me recibe a mí, recibe a mi Padre … [E]l que recibe a mi Padre, recibe … todo lo que mi Padre tiene” (D. y C. 84:35, 37-38). Tal como el Señor instruyó a quienes poseen el sacerdocio, quienes recibimos y guardamos las ordenanzas y convenios del templo también somos bendecidos y tenemos derecho a recibir “todo lo que el Padre tiene”.
A medida que considero Su invitación a recibirlo a Él y Su poder del sacerdocio, recuerdo: “Estoy aquí”.