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Élder Tad R. Callister: ¿Solo estamos cambiando nuestro comportamiento cuando deberíamos cambiar nuestra naturaleza?

El sol se pone en el Monumento conmemorativo del lugar de nacimiento de José Smith, en Sharon, Vt., el 18 de oct. de 2019. Crédito: Jeffrey D. Allred, Deseret News
Elder Tad R. Callister Crédito: Intellectual Reserve, Inc.

Al comenzar este nuevo año, podríamos preguntarnos: “¿Estamos cambiando nuestro comportamiento o nuestra naturaleza?”.

Como presidente de misión, me reuní muchas veces con un misionero que estaba teniendo dificultades para obedecer. Un día, frustrado, me dijo bruscamente: “¿Qué es lo que quiere que haga?”.

Le respondí: “Ese no es el punto. No importa lo que yo quiera que haga; lo que debería importar es lo que usted quiere hacer”.

Hubo un momento de silencio y luego hizo esta observación perspicaz: “No solo me está pidiendo que cambie mi comportamiento; me está pidiendo que cambie mi naturaleza”. Cuánta razón tenía. 

Élder Tad R. Callister
Élder Tad R. Callister | Crédito: Intellectual Reserve, Inc.

Si los misioneros solo cambian su comportamiento mientras están en el campo misional, entonces, cuando regresen a casa, serán las mismas personas que eran antes de irse, sujetas a los mismos problemas que los atormentaban antes. Pero, si cambian su naturaleza, irán a casa convertidos en un nuevo hombre o mujer, con el poder y la disciplina para conquistar sus antiguos Goliats. Si solo se levantan a las 6:30 porque su compañero lo hace, simplemente han cambiado su comportamiento. Si se levantan, independientemente de que su compañero lo haga, entonces han cambiado su naturaleza. Solo lo último produce un cambio permanente.  

Y así es con la vida.  Si utilizamos buenas palabras pero nos permitimos tener malos pensamientos, solo hemos cambiado nuestro comportamiento. Pero, si cambiamos nuestros pensamientos, también hemos cambiado nuestra naturaleza. Si leemos las escrituras, oramos, asistimos a la Iglesia, u obedecemos murmurando, solo hemos cambiado nuestro comportamiento. Somos como Lamán y Lemuel, que tenían momentos esporádicos de rectitud, pero que nunca pudieron mantener un estilo de vida de rectitud duradera. Sin embargo, si obedecemos con una sonrisa, somos como Nefi; estamos en el proceso de cambiar nuestra naturaleza y, por lo tanto, de lograr un estilo de vida de rectitud duradera.

El rey Benjamín enseñó que transformamos nuestra naturaleza al volvernos “sumiso[s], manso[s], humilde[s], paciente[s], lleno[s] de amor y dispuesto[s] a someter[nos] a cuanto el Señor juzgue conveniente infligir sobre [nosotros], tal como un niño se somete a su padre” (Mosíah 3:19). Esa es la clave — someter alegremente nuestra voluntad a la voluntad de Dios, sin importar cuán difícil o inconveniente pueda ser.

Un cambio de naturaleza llega cuando somos obedientes, no porque tenemos que hacerlo, sino porque queremos hacerlo.

Un misionero me contó que una mañana se quedó dormido.  Su compañero le dijo: “Es hora de levantarse”.

El misionero respondió: “No quiero”.

Su compañero le contestó: “No se trata de lo que usted quiere, sino de lo que el Señor quiere”.

El misionero dijo: “Salí de la cama.  Nunca he olvidado eso — una misión se trata de lo que el Señor quiere, no de lo que yo quiero”.

De manera similar, la vida se trata de lo que el Señor desea, no de lo que nosotros queremos; no obstante, afortunadamente, lo que Él quiere siempre es lo que nos traerá mayor felicidad en la vida. No hay excepciones con respecto a esta consecuencia. Podemos aprender esa lección de la forma difícil o de la forma fácil.

Un cambio de naturaleza llega cuando somos obedientes, no porque tenemos que hacerlo, sino porque queremos hacerlo — cuando tenemos el deseo pleno y ardiente de hacer la voluntad del Señor porque Lo amamos.

Una misionera contó que experimentó un cambio gradual en su naturaleza. Al principio, obedecía porque tenía miedo de no hacerlo; luego, obedeció porque quería obtener las bendiciones; y, finalmente, dijo ella, obedeció por amor al Señor.

Al final, la sumisión de nuestra voluntad es el mayor regalo que podemos darle al Señor como un pequeño pago por todo lo que Él ha hecho por nosotros. Tal como observó el élder Neal Maxwell: “La sumisión de nuestra voluntad es la única cosa exclusivamente personal que tenemos para colocar sobre el altar de Dios; todo lo demás que le “damos” es, en realidad, lo que Él nos ha dado o prestado a nosotros”. La sumisión de nuestra voluntad es el centro del proceso de cambiar nuestra naturaleza.  

A medida que nos esforzamos por someter nuestra voluntad a la de Dios — por pensar y vivir más como Él — nos transformamos del hombre natural al hombre espiritual. Y, en ese proceso, ocurre un refinamiento y una purificación que nos da la perspectiva eterna y la fortaleza espiritual que necesitamos para hacer cambios positivos y duraderos en nuestra vida. Entonces, al final, hemos hecho cambios no solo en nuestro comportamiento, sino en nuestro carácter, y nos convertimos, como dijo Pedro, en “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4) — en cumplimiento de nuestra meta suprema en la vida.

— El élder Tad R. Callister es un setenta autoridad general emérito y sirvió como presidente general de la Escuela Dominical.

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