Han pasado exactamente 20 años desde que a la hermana Sharon Larsen y a mí se nos asignó visitar Asia. Éramos dos segundas consejeras — ella servía en la presidencia general de las Mujeres Jóvenes y yo, en la Sociedad de Socorro — y fuimos a Asia a participar en reuniones de capacitación de liderazgo bajo la dirección del élder Cree-L Kofford, el presidente de área.
Uno de los países que visitamos fue Camboya, y nunca he olvidado lo que vivimos allí. La Iglesia estaba en sus comienzos en Nom Pen, donde tan solo cinco años antes se había bautizado el primer converso (en mayo de 1994) y los miembros todavía se reunían en una casa.
El primer día en Nom Pen, nos reunimos con líderes de las Mujeres Jóvenes, la Sociedad de Socorro y el sacerdocio. Al mirar sus rostros desde el frente del salón, me impresionó cuán jóvenes eran. Sin embargo, estaban ansiosos por aprender y demostraron ser estudiantes rápidos. Luego de la reunión, la presidenta de la Sociedad de Socorro del distrito se alejó en la parte trasera de una motoneta. Si mal no me acuerdo, ella tenía 21 años.
Al día siguiente hablamos en un devocional para jóvenes y jóvenes adultos. Nunca olvidaré estar parada en la puerta saludando a todos a medida que entraban. ¡Era el mismo grupo con el que nos habíamos reunido el día anterior! Los líderes y los jóvenes adultos eran las mismas personas. Los jóvenes adultos estaban liderando los esfuerzos pioneros en Camboya — al igual que en muchas partes del mundo, como luego llegaría a comprender.
Al comienzo del mensaje que Sharon les dio, les preguntó cuántos de ellos tenían padres que fueran miembros de la Iglesia. En un grupo de quizás unas 125 personas, solo cuatro levantaron sus manos — y dos de ellos eran hermanos. Así que, en esa reunión de jóvenes de Nom Pen, solo tres hogares tenían padres miembros de la Iglesia. Trágicamente, muchos de los hogares no contaban con la presencia de padres en absoluto, como resultado de las desastrosas secuelas del Jemeres Rojos (Khmer Rouge).
Al irnos de Camboya, no podía dejar de pensar en esos jóvenes miembros de la Iglesia. De algún modo, en un país no cristiano en que el 97 porciento de la población era budista, ellos habían reconocido a Jesucristo como su Salvador y obtenido un testimonio de que la Restauración del evangelio era el vehículo de Su poder en la tierra.
He pensado en esa experiencia durante 20 años.
Entonces, imaginen mi gozo al visitar Camboya de nuevo hace un par de semanas como parte del equipo de medios de comunicación que cubría el ministerio del presidente Russell M. Nelson con su esposa, la hermana Wendy Nelson, y el élder D. Todd Christofferson con su esposa, la hermana Kathy Christofferson. Sentí una ola de emoción cuando entré en un vasto salón de convenciones y hallé a 2.800 santos camboyanos reunidos para escuchar a dos profetas — uno de ellos, el apóstol de más antigüedad — testificar del Señor Resucitado y Su evangelio.
Cuando el presidente Nelson se puso de pie para hablar, caminé hacia el fondo del vasto salón para ayudar a indicar las imágenes que él pretendía usar. Cuando preguntó si a los santos les gustaría saber más sobre el templo que se había anunciado en su tierra, se podía sentir el entusiasmo en el salón. Entonces, cuando el presidente Nelson les preguntó si les gustaría ver cómo luciría y una imagen del propuesto Templo de Nom Pen aparecía en grandes pantallas, el salón se llenó de suspiros y de una avalancha espiritual.
Se me cayeron las lágrimas. Puede que hayan sido cerca de 3.000 los santos sentados frente a mí, pero todo lo que yo podía ver eran alrededor de cien jóvenes — todos conversos recientes — reunidos en una pequeña casa aprendiendo cómo ser líderes. Como resultado de esos humildes comienzos, han llegado los barrios y estacas y ahora, la promesa de un templo.
Esos jóvenes de hace 20 años ahora son experimentados líderes de la Iglesia, padres y abuelos de niños que crecen en el evangelio y anclas para la Iglesia en su rincón del Sureste de Asia.
Tal como lo deja en claro el Libro de Mormón, el Señor puede hacer Su propia obra. Incluso en partes del mundo donde la mismísima idea de un Salvador es extraña para la mayoría de las personas, Su Espíritu está tocando corazones y cambiando vidas.
El recogimiento es real y su impacto en casi cada rincón de esta tierra es tangible. El apóstol Pedro habló sobre ser un testigo ocular de la majestad del Señor Jesucristo. Al ser testigos de los frutos del evangelio de Jesucristo, cada uno de nosotros tiene ese mismo privilegio. Hace dos semanas, en Nom Pen, con agradecimiento presencié la majestad de lo que ocurre cuando el poder y el amor de Jesucristo llenan los corazones y los hogares, transforman las vidas y bendicen a los países.