PROVO, Utah — En calidad de un experimentado médico, el élder Dale G. Renlund sabe que la función adecuada de los receptores es vital para gozar de una buena salud.
Las hormonas producidas en las glándulas se transportan por el torrente sanguíneo para estimular células específicas por medio de la interacción con los receptores. Si el receptor es disfuncional, puede haber una enfermedad.
Como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, el élder Renlund también conoce bien los peligros de un receptor espiritual disfuncional.
En su discurso en el devocional del martes 3 de diciembre, en el Marriott Center de la Universidad de Brigham Young, testificó que el amor de Dios por Sus hijos es infinito, perfecto y sin defectos.
“Pero ¿qué pueden hacer si no sienten el amor del Padre Celestial y Jesucristo?”, preguntó a la audiencia.
“Sé de seguro que el problema no es Su amor. El problema está en sus receptores del amor de Ellos. Si sus receptores del amor de Dios no funcionan bien, pueden perder el rumbo y sucumbir a los peligros, tales como la desesperanza, la impotencia y la soledad”.
Cuando el receptor de una persona por el amor de Dios no funciona apropiadamente, la influencia de Dios en su vida disminuye. La capacidad de sentir el amor y la preocupación del Padre Celestial y Su Hijo por nosotros se pierde.
“Sin el Padre Celestial, Jesucristo y Su influencia en nuestras vidas, nos hallamos sin pastor. Sin Ellos, no tenemos vela — es decir, no tenemos poder. Sin Ellos, no tenemos ancla — es decir, no tenemos estabilidad, en especial en tiempos de tormentas. Sin Ellos, no tenemos timón — es decir, no tenemos dirección. La falta de poder, estabilidad y dirección son consecuencia de tener disfunción en los receptores de Su amor”.
La disfunción de los receptores del amor de Dios no sucede de un día para el otro — sino de manera lenta e imperceptible a lo largo del tiempo.
El élder Renlund dijo que él, como cualquier otra persona, es vulnerable a este tipo de disfunción de los receptores.
Hace muchos años, él y su esposa, la hermana Ruth Renlund, junto con su hija, Ashley, estaban viviendo en Baltimore mientras él recibía capacitación médica avanzada en el Hospital John Hopkins. Los años de estudio fueron “brutales, intensivos en cuanto al tiempo y agotadores”.
Para el fin de su primer año en el Hospital John Hopkins, el joven Dr. Renlund estaba agotado. Su riguroso horario solo le permitía asistir a la Iglesia los domingos aproximadamente la mitad del tiempo.
“Un domingo, me di cuenta de que, si en verdad me apuraba con mi trabajo, podría asistir con mi esposa e hija a la Iglesia”, dijo él. “Pero luego, tuve este pensamiento: Si yo tardaba un poco más, y esperaba, no llegaría a casa antes de que mi esposa e hija se hubieran ido. Entonces, podría saltarme la Iglesia y dormir una siesta.
“Me mortifica decir que eso es exactamente lo que hice”.
Pero el sueño nunca llegó. En lugar de ello, él “estaba profundamente perturbado”. Siempre había amado ir a la Iglesia. Tenía un fuerte testimonio de la realidad viviente de Cristo. Pero esa tarde, se dio cuenta de que le faltaba intensidad.
Él sabía la razón.
“Había dejado de hacer de forma consistente algunos actos privados y personales de devoción”, dijo él. “Mi rutina era levantarme en la mañana, hacer una oración y salir para el trabajo. A veces, no podía distinguir el final de un día y el comienzo del día siguiente. Trabajaba durante la noche y el día siguiente, volvía a casa tarde el segundo día y me quedaba dormido sin hacer una oración ni leer las escrituras.
“Al día siguiente, el ciclo comenzaba de nuevo. Había permitido que mi receptor del amor de Dios se ensordeciera y, de ese modo, que las cosas del Espíritu se volvieran menos urgentes e importantes”.
El élder Renlund recuerda que se levantó del sillón, se arrodilló en el piso y suplicó a Dios Su ayuda y perdón. En su corazón y en su mente, formuló un plan para cambiar su patrón de comportamiento.
Comenzó con recordatorios simples.
Su lista diaria de “cosas para hacer” incluía orar por la mañana y por la noche. Llevó una copia del Libro de Mormón a su cubículo en el hospital y leía cada día, aunque solo fueran unos pocos versículos. Se comprometió a nunca perderse una oportunidad de participar de la santa cena.
“A medida que actuaba de acuerdo con mi nuevo curso de acción, la intensidad volvió y mi testimonio ardió de nuevo con fuerza. Me estremezco al pensar qué hubiera pasado si no me hubiera levantado del sillón esa tarde de domingo. Mi vida habría sido muy diferente. En cambio, el Padre Celestial y Jesucristo nuevamente se volvieron fundamentales en mi vida. Mi receptor del amor de Dios y mi afinidad por el Espíritu mejoraron”.
La incapacidad de sentir el amor de Dios también puede provenir del pecado o de “no seguir adelante en la senda de los convenios”.
Esta incapacidad también puede deberse a una enfermedad física o mental que puede requerir ayuda profesional. “Dios espera que busquemos ayuda profesional cuando sea necesario”.
Para remediar su receptor disfuncional del amor de Dios, el élder Renlund siguió una prescripción triple comprobada:
Primero, se arrepintió.
“El arrepentimiento es un proceso gozoso. Recuerden que a Dios realmente no le importa quiénes fueron ni lo que hicieron. A Él le importa quiénes son, lo que están haciendo y en quiénes se están convirtiendo”.
El segundo paso, dijo él, es lo que el presidente Russell M. Nelson llama “deleitarse a diario en las palabras de Cristo en el Libro de Mormón”.
Y el tercer paso fue asegurarse de que nunca se perdiera una oportunidad de participar de la Santa Cena para poder tener el Espíritu Santo consigo.
“Esta es la prescripción triple para receptores disfuncionales del amor de Dios: el arrepentimiento, el estudio de las escrituras y la participación de la Santa Cena para tener el Espíritu Santo con nosotros. Si no tratamos esta disfunción lo antes posible, terminaremos ‘dejando de sentir’ (1 Nefi 17:45). Y eso es espiritualmente fatal”.
Al tratar la disfunción en su receptor del amor de Dios, una persona restaura el poder, la estabilidad y la dirección en su vida.
“El pronóstico cuando se trata esta disfunción del receptor”, prometió él, “es excelente”.
El élder Renlund concluyó invitando a su numerosa audiencia a “obsequiarse un regalo navideño antes de tiempo y levantarse del sillón, como yo lo hice aquella tarde de domingo hace mucho tiempo”.
Den los pasos necesarios para asegurarse que sus receptores espirituales del amor de Dios funcionen en su plenitud.
“Entonces, en la medida que continúen haciendo estos actos personales y privados de devoción, no volverán a caer en la disfunción de ese receptor”.
En su discurso en el devocional del martes, la hermana Renlund dijo que, en un mundo lleno de superhéroes ficticios, los seguidores de Cristo tienen acceso a un superpoder mayor de lo que nunca se imaginó.
“Pueden tener el poder de Dios en sus vidas — un superpoder definitivo y muy real”.
Ella hizo referencia a las enseñanzas del presidente Nelson en la conferencia general de octubre de 2019 sobre que el poder de Dios fluye de los convenios del sacerdocio. El poder de Dios es el poder de cambiar, de sobreponerse a los deseos carnales y preocupaciones egoístas y volverse “hombres y mujeres santos” preparados para entrar en el reino de Dios.
Ella dijo que hay un gran poder que proviene del convenio del bautismo y los convenios sacramentales.
“Podemos recibir el poder y el aliento para cambiar al testificar a Dios, nuestro Padre, que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo. Cuando tomamos sobre nosotros el nombre de Jesucristo, nos identificamos a nosotros mismos con Él como Sus discípulos. Nos vinculamos con Su nombre, con Él.
“Vincularnos con Su nombre nos ayuda a identificarnos con Él y nos cambia a medida que adquirimos Sus atributos y características”.
La hermana Renlund compartió la experiencia del Dr. Craig H. Selzman, un cirujano cardiotorácico que fue asignado a una cátedra académica patrocinada, nombrada en honor a su colega cirujano, el Dr. Russell M. Nelson, y su fallecida esposa, la hermana Dantzel W. Nelson.
Apenas unos días antes de aceptar ese honor, el Dr. Selzman estaba revisando a sus pacientes luego de un día lleno de operaciones. Luego de examinar a un paciente, se dio cuenta de que este necesitaba volver a la sala de operaciones.
Por un momento, el Dr. Selzman se sintió frustrado y desilusionado. Sabía que pasaría otra larga noche en el hospital. Pero luego reflexionó en su inminente asignación a la cátedra Russell M. Nelson. Sabía que el Dr. Nelson era un cirujano con reputación por ser un caballero que mantenía sus emociones a raya y siempre trataba con bondad y respeto a su equipo de operaciones.
El Dr. Selzman decidió seguir el ejemplo del Dr. Nelson en la sala de operaciones. Cambió su actitud y comportamiento porque se dio cuenta de que su nombre estaba vinculado con el de Russell M. Nelson.
“Quizás deberíamos reflexionar en lo que puede y debería ocurrirnos a medida que nos vinculamos con el nombre de nuestro Salvador”, dijo la hermana Renlund. “Al hacerlo, nosotros también podemos cambiar. Obtendremos poder, un poder sobrehumano, un poder divino para volvernos a nuestro Salvador y tornarnos más como Él. Podemos tener el poder para resistir la tentación y para ser protegidos del malvado, poder para aceptar y cumplir llamamientos desafiantes, poder para discernir la verdad del error, poder para tomar decisiones críticas en nuestras vidas que nos mantendrán en la senda de los convenios, poder para hallar gozo independientemente de nuestras circunstancias, poder para clasificar las muchas actividades de la vida y para elegir aquellas cosas que son más elevadas y santas”.
Al adquirir las características de Cristo, concluyó ella, uno puede experimentar los frutos de la Expiación, una mayor paz, caridad, amor y gratitud por el Salvador.