HANOI, Vietnam — En un país de 97 millones de personas y en un hotel repleto, 432 miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se reunieron para ser enseñados por dos discípulos — el presidente Russell M. Nelson y el élder D. Todd Christofferson.
Pero antes del devocional, el 17 de noviembre, una mujer joven ansiosamente esperaba una oportunidad para hacerle una pregunta al presidente de la Iglesia.
Reunidos en un salón privado con un pequeño grupo de otros jóvenes adultos, en el hotel JW Marriott, la mujer joven saludó al presidente Nelson y a su esposa, la hermana Wendy Nelson. Cuando el presidente Nelson le dijo al grupo si tenían preguntas, ella alzó su mano con cierta vacilación, pero no se le dio el turno.
Sin embargo, ya casi para terminar la reunión, se determinó que había lugar para una pregunta más, y todos voltearon a verla.
En el salón se hizo un silencio completo cuando ella habló de su vivencia con el abuso emocional y sexual.
“¿Cómo sabremos que no somos culpables y que somos dignos de seguir a Dios, y que Él nos aceptará cuando lo sigamos?”, preguntó ella.
El presidente Nelson miró a la mujer joven a los ojos y habló acerca de la vida terrenal. “Venimos a esta Tierra con dos propósitos: obtener un cuerpo y ser probados”, dijo él. “Todos tendrán cosas malas que les pasen. … En lo que nos convertimos depende de cómo manejamos las situaciones más difíciles de la vida. Lo principal es desarrollar fe en Dios, fe en Su Hijo Jesucristo y saber que usted estará hablando con Ellos un día. … Con fe, usted puede salir adelante, y el Señor dirá ‘¡Bien hecho!’”.
Con las preguntas contestadas, todos se pusieron de pie y el presidente Nelson y su esposa se prepararon para participar en el devocional. Pero en vez de salir, ellos caminaron hacia la mujer joven. El presidente Nelson le dio un consejo personal. La hermana Nelson, una consejera emocional de profesión, la abrazó.
“Usted era hermosa antes del abuso”, le dijo. “Usted es hermosa después del abuso; eso no fue su culpa”.
Un dulce espíritu llenó el salón. La mujer joven sollozó.
Presidente Nelson y su esposa viajaron más de 12.000 k para hablar a cientos de personas.
Pero en ese momento, pareció como si ellos hubieran recorrido todo ese camino solo para hablar con una persona. El Señor confió en dos personas — un profeta y una consejera — para esparcir Su paz ese día.
Eso empezó cuando una fiel mujer joven valientemente puso su confianza en Dios y buscó orientación.
Unos minutos después, élder David F. Evans, un setenta autoridad general, y presidente del Área Asia, felicitó a todos los fieles Santos de los Últimos Días de Vietnam. “Nunca he estado con un grupo de jóvenes que haya puesto su confianza en Dios como ustedes lo hacen”, les dijo.
Élder Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, se hizo eco de esa resolución. “Ustedes son honestos y trabajan duro; tienen gozo en sus corazones. Estamos agradecidos por su ejemplo y por los sacrificios que hacen. Estamos agradecidos por el gozo que llevan a otros. Ustedes nos representan muy bien”.
Y entonces élder Christofferson le hizo al grupo una dulce promesa: “Dios sabe en dónde están ustedes, el Espíritu Santo no necesita una visa para venir aquí para testificarles, Él les encontrará en cualquier parte…Lo repito, su Padre Celestial es consciente de ustedes; y por causa del buen ejemplo y de la fidelidad de ustedes, Él bendecirá esta nación”.
Durante sus comentarios, la hermana Nelson le habló directamente a los de la congregación que habían sufrido de abusos emocionales, físicos o sexuales. Los animó a orar — pregunten al Señor “que les diga cuán valiosos son ustedes para Él”, dijo ella.
Presidente Nelson prometió a la pequeña congregación que ellos podrán cambiar a la nación. “Hay mucho por hacer”, les dijo. “Muchas grandes y maravillosas cosas sucederán aquí en Vietnam”.
Élder Christofferson habló luego del “sentido del futuro” que él sentía esa noche.
Ahí, en esa pequeña reunión, y entre los más fieles Santos de los Últimos Días, el Señor había dirigido con minuciosidad Su Iglesia, dijo el presidente Nelson.
Una mujer joven había hecho una pregunta, y muchos vieron cómo el corazón de ella se llenó de paz. Y cientos fueron enseñados en una nación de millones de personas.
“Los comienzos son pequeños”, dijo el presidente Nelson, “Pero la obra es eterna”.